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habían pedido el repartimiento de tierras. En ocasiones la revolución
tiene lugar en la aristocracia porque hay algún ciudadano que es poderoso,
y que pretende hacerse más con el fin de apoderarse del gobierno para sí
solo. Es lo que se dice que intentaron, en Esparta, Pausanias, general en
jefe de la Grecia durante la guerra Médica, y Hannon en Cartago.
Lo más funesto para las repúblicas y las aristocracias es la
infracción del derecho político, consagrado en la misma constitución. Lo
que causa la revolución entonces es que, en la república, el elemento
democrático y el oligárquico no se encuentran en la debida proporción; y,
en la aristocracia, estos dos elementos y el mérito están mal combinados.
Pero la desunión se muestra sobre todo entre los dos primeros elementos,
quiero decir, la democracia y la oligarquía, que intentan reunir las
repúblicas y la mayor parte de las aristocracias. La fusión absoluta de
estos tres elementos es precisamente lo que hace a las aristocracias
diferentes de las llamadas repúblicas, y que les da más o menos
estabilidad; porque se incluyen entre las aristocracias todos los
gobiernos que se inclinan a la oligarquía, y entre las repúblicas todos
los que se inclinan a la democracia. Las formas democráticas son las más
sólidas de todas, porque en ellas es la mayoría la que domina, y esta
igualdad de que se goza hace cobrar cariño a la constitución que la da.
Los ricos, por el contrario, cuando la constitución les garantiza la
superioridad política, sólo quieren satisfacer su orgullo y su ambición.
Por lo demás, de cualquier lado que se incline el principio del gobierno,
degeneran siempre la república en demagogia y la aristocracia en
oligarquía, merced a la influencia de los dos partidos contrarios, que
sólo piensan en el acrecentamiento de su poder. O también sucede todo lo
contrario, y la aristocracia degenera en demagogia cuando los más pobres,
víctimas de la opresión, hacen que predomine el principio opuesto; y la