Cómo crece tu jardín (Agatha Christie) Libros Clásicos

Página 4 de 15


A la mañana siguiente, el segundo correo trajo una carta en un sobre de luto.


Muy señor mío:

En contestación a su carta, he de manifestarle que mi tía, la señorita Barrowby, falleció el día veintiséis. En consecuencia, el asunto de que habla ya no tiene importancia.
Atentamente,

MARY DELAFONTAINE.


Poirot sonrió para sí.
-Ya no tiene importancia... ¡Ah! Eso ya lo veremos. En avant... vamos a Charman´s Green.
«Rosebank» era una casa que parecía hacer honor a su nombre1, lo cual no puede decirse de muchas casas de su estilo y carácter.
Hércules Poirot se detuvo en el sendero que conducía a la puerta principal y dirigió una mirada aprobatoria a los bien trazados macizos que se extendían a ambos lados. Había rosales, que prometían una buena cosecha para cuando llegara la estación, y, ya en flor, narcisos, tulipanes tempraneros, jacintos azules... El último macizo estaba bordeado parcialmente por conchas.
Poirot murmuró para sí:
-¿Cómo es esa cancioncita que cantan los niños ingleses?
Di, María, la obstinada,
¿cómo crece tu jardín?
Tiene conchas, campanitas,
de doncellas un sinfín.2

«Puede que no haya un sinfín -pensó-, pero, por lo menos, aquí viene una doncella, para que se cumpla en todas sus estrofas la cancioncita infantil.»
La puerta principal se había abierto y una pulcra doncellita, con gorro y delantal, contemplaba indecisa el espectáculo que ofrecía un señor extranjero de grandes bigotes, hablando solo en voz alta en medio del jardín. Era, según observó Poirot, una doncellita muy mona, de redondos ojos azules y mejillas sonrosadas.
Poirot se quitó el sombrero cortésmente y se dirigió a ella:
-Perdone, ¿vive aquí la señorita Amelia Barrowby?
La doncella lanzó un sonido entrecortado y sus ojos, a consecuencia de la impresión, se redondearon aún más.
-¡Ay, señor! ¿No lo sabía? Se ha muerto. ¡Tan de repente! El martes por la noche.
Titubeó, luchando entre dos instintos encontrados: primero, la desconfianza hacia el extranjero, y segundo, la fruición natural de su clase en explayarse en el interminable tema de enfermedades y muertes.
-Me sorprende usted -dijo Hércules Poirot, faltando a la verdad-. Tenía una cita para hoy con la señora. Sin embargo, quizá pueda ver a la otra señora que vive en la casa.
La doncellita, antes de responder, pareció titubear un poco.
-¿La señora? Sí, a lo mejor podría usted verla, pero no sé si querrá recibir a nadie.

Página 4 de 15
 

Paginas:


Compartir:



Diccionario: