Asesinato en Mesopotamia (Agatha Christie) Libros Clásicos

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No la seguí, pues, evidentemente, no quería que la acompañara. Me senté, pues, en
el parapeto y traté de ordenar un poco mis pensamientos, aunque no conseguí nada. Al
patio sólo se podía entrar por un sitio... por el portalón. Ante él vi el aguador que
estaba hablando con el cocinero indio. Nadie podía pasar junto a ellos sin ser visto.
Hecha un lío, sacudí la cabeza y bajé al patio

CAPÍTULO XXIV
Asesinar es una costumbre
Aquella noche nos acostamos temprano. La señorita Johnson acudió a cenar y se
portó, más o menos, como de costumbre. Tenía, sin embargo, un aspecto abatido y en
una o dos ocasiones pareció no entender lo que le decían.
No fue una comida distraída. Era lógico suponer una cosa así en una casa donde
había habido un entierro aquel mismo día. Pero yo bien sé a qué me refiero. Nuestras
comidas, últimamente, habían sido silenciosas y taciturnas; mas a pesar de ello se
notaba que reinaba entre nosotros un sentimiento de compañerismo. Todos
experimentábamos simpatía hacia los demás, esa especie de camaradería que se siente
entre los que navegan en el mismo buque.
Mas aquella noche me vino a la memoria la primera cena que hice allí; cuando la
señora Mercado me estuvo observando con tanta fijeza y me dio la impresión de que
algo iba a estallar de un momento a otro.
Una cosa parecida experimenté, aunque con más intensidad, cuando Poirot nos
reunió a todos en el comedor.
Pero durante la cena de aquella noche, la sensación fue mucho más fuerte. Todos
parecían tener los nervios de punta. De haber dejado caer algo al suelo, estoy segura
de que uno de nosotros hubiera chillado.
Como dije antes, nos separamos inmediatamente después de cenar. Me acosté casi
en seguida. Lo último que oí, antes de dormirme, fue la voz de la señora Mercado que
le deseaba buenas noches a la señorita Johnson, justamente frente a mi puerta.
No tardé en dormirme, cansada por el trabajo que había hecho durante el día y,
principalmente, por las rarezas que hice en el dormitorio de la señora Leidner.

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