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El rostro, delgado y de expresión tranquila, les pareció vagamente familiar, pero hubieron de pasar muchos días antes de que el restaurador y su cliente quedaran atónitos ante los detalles de aquella cara enjuta y pálida y reconocieran, no sin un toque de espanto, la dramática broma que las leyes de la herencia habían gastado al joven Ward. Porque con el postrer baño de aceite y el último raspado, salió a la luz finalmente la expresión por tantos años oculta, y el joven Charles Dexter Ward, habitante del pasado, reconoció sus propios rasgos en el semblante de su horrible antepasado.
Llevó a sus padres a ver la maravilla que había descubierto y, nada más verlo, decidió el señor Ward adquirir el retrato a pesar de estar éste pintado sobre un panel de madera que habría que arrancar. El parecido con el muchacho, aunque los rasgos estaban más formados por la edad, era asombroso. Después de siglo y medio, una jugarreta de las leyes genéticas había producido un doble exacto de Joseph Curwen en la persona de Ward. La madre de éste, sin embargo, no se parecía a su antepasado aunque sí recordaba a algunos parientes que guardaban una gran semejanza tanto con su hijo como con el malhadado Curwen. No le gustó a ella aquel descubrimiento y trató de convencer a su marido de que sería mejor quemar el cuadro. Veía en él algo maligno, no sólo intrínsecamente, sino también en el parecido que mostraba con el hijo. Pero el señor Ward -un fabricante de tejidos de algodón que poseía varios talleres de hilados en Riverpoint, en el valle de Pawtuxet- era hombre práctico poco dado a prestar oídos a escrúpulos de mujeres. El cuadro le había impresionado profundamente por el parecido con su hijo y pensó que el muchacho lo merecía como regalo. Resulta innecesario decir que Charles compartía la opinión de su padre, y unos días después, el señor Ward localizaba al propietario de la casa, un hombre de facciones ratoniles y acento gutural, y se hacía con el panel en cuestión a cambio de una cantidad que él mismo fijó para cortar un torrente de untuoso regateo.
Quedaba ahora la tarea de arrancar el panel y trasladarlo a la casa familiar, donde quedaría instalado en el estudio biblioteca de Charles, situado en el tercer piso. El propio joven quedó encargado de supervisar el traslado y con tal fin el 28 de agosto acompañó a dos empleados de la firma Crooker, expertos en decoración, a la casa de Olney Court.