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Hacia mediados de agosto regresé a Arkham y abrí mi casa de Crane Street, cerrada durante todo este tiempo. Instalé allí un artefacto de raro aspecto, cuyas piezas habían sido construidas por diferentes fabricantes americanos y europeos de aparatos de precisión, y lo mantuve celosamente oculto de toda persona inteligente que pudiera comprender de qué se trataba.
Los pocos que llegaron a verlo -un obrero, una sirvienta y la nueva ama de llaves- decían que era como un armazón de varillas, ruedas y espejos. Tenía unos sesenta centímetros de alto, treinta de ancho y otros treinta de espesor. En el centro tenía instalado un espejo circular convexo. Todo esto ha sido confirmado por los fabricantes de las distintas piezas.
La noche del viernes 26 de septiembre despedí al ama de llaves y a la criada hasta el mediodía del día siguiente. Las luces de la casa permanecieron encendidas hasta muy tarde. Un hombre flaco, moreno, de aspecto extranjero, llegó en un automóvil y entró.
Era alrededor de la una, cuando se apagaron las luces. A las dos y cuarto, un policía que pasaba por allí observó que reinaba la tranquilidad más completa. El auto del extranjero seguía estacionado junto a la acera. Pero a eso de las cuatro ya no estaba allí.
A las seis de la mañana una voz titubean te y exótica pidió por teléfono al doctor Wilson que viniese a mi casa para sacarme del extraño estado letárgico en que había caído. Esta llamada -hecha desde larga distancia- fue localizada más tarde. La efectuaron desde un teléfono público de la Estación del Norte, de Boston, pero no lograron descubrir el menor rastro del flaco extranjero.
Cuando el doctor llegó a casa me encontró inconsciente en el cuarto de estar, sentado en una butaca, ante la mesa. En su pulimentada superficie había unas arañazos que indicaban el lugar donde se había colocado un objeto de peso considerable. El extraño artefacto había desaparecido y no volvió a saberse de él. Es indudable que se lo había llevado el individuo moreno y flaco que estuvo allí.
En la chimenea de la biblioteca hallaron gran cantidad de ceniza: era todo cuanto quedaba de las anotaciones tomadas por mí durante el periodo de mi enfermedad. El doctor Wilson comprobó que mi respiración era agitada; pero después de una inyección hipodérmica, volvió a hacerse regular.
A las once y cuarto de la mañana del día 27 de septiembre experimenté violentas sacudidas, y mi semblante, hasta entonces rígida coma una máscara, comenzó a dar muestras de cierta expresividad.