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Colocó una piedra en cada una de las dos puertas, y una en cada ventana. Por una de ellas, vimos a la señora Potter sentada ante la mesa de la cocina, impasible, vigilante, enterada, sin disimulos ya, muy distinta de la mujer que había visto no hacía mucho en esta misma casa. Ahora parecía una enorme bestia acorralada.
Al terminar su operación, mi compañero volvió a la parte delantera de la casa y, apilando unos montones de broza contra la puerta sin atender a mis protestas, pegó fuego al edificio.
Luego volvió a la ventana para vigilar a la mujer, y me explicó que sólo el fuego podía destruir esa fuerza elemental, pero que esperaba salvar todavía a la señora Potter.
-Quizá sería mejor que no mirara, señor Williams.
No le hice caso. Ojalá se lo hubiera hecho... ¡y me habría evitado las pesadillas que perturban mi descanso hasta el día de hoy! Me asomé a la ventana por detrás de él y presencié lo que sucedía en el interior. El humo del fuego estaba empezando a penetrar en la casa. La señora Potter -o la monstruosa entidad que animaba su cuerpo obeso- dio un salto, corrió atemorizada a la puerta trasera, retrocedió a la ventana, se retiró, y volvió al centro de la habitación, entre la mesa y la chimenea aún apagada. Allí cayó al suelo, jadeando y retorciéndose.
La habitación se fue llenando poco a poco de un humo que empañaba la amarillenta luz de la lámpara, impidiendo ver con claridad. Pero no ocultó por completo la escena de aquella terrible lucha que se desarrollaba en el suelo. La señora Potter se debatía como en las convulsiones de la agonía y, lentamente, comenzó a tomar consistencia una forma brumosa, transparente, apenas visible en el aire cargado de humo. Era una masa amorfa, increíble, palpitante y temblona como gelatina, cubierta de tentáculos. Aún a través del cristal de la ventana, sentí su inteligencia inexorable, su frialdad incluso física. Aquella cosa se elevaba como una nube del cuerpo ya inmóvil de la señora Potter; luego se inclinó hacia la chimenea, y se escurrió por allí como un vapor!
- ¡La chimenea! -gritó el profesor Keane, y cayó al suelo.
En la noche apacible, saliendo de la chimenea, comenzaba a desparramarse una negrura, como un humo, que no tardó en concentrarse nuevamente. Y de pronto, la inmensa sombra negra salió disparada hacia arriba, hacia las estrellas, en dirección a las Hyadas, de donde el viejo Hechicero Potter la había llamado para que habitara en él.