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Los dunas que formaban en otro
tiempo la línea costera ondulaban en el horizonte, y el monte Nguru alzaba su pico al
noroeste.
El Victoria pasó cerca de una aldea que el doctor reconocio en el mapa como Kaole.
Toda la población reunida lanzaba aullidos de cólera y de miedo; dirigieron en vano
algunas flechas a ese monstruo de los aires que se balanceaba majestuosamente sobre
aquellos impotentes furores.
El viento conducía hacia el sur, lo que, lejos de inquietar al doctor, le complació,
porque le permitía seguir el derrotero trazado por los capitanes Burton y Speke.
Kennedy se había vuelto tan hablador como Joe, y los dos se dirigían mutuamente
frases admirativas.
-¡Se acabaron las diligencias! -decía el uno.
-¡Y los buques de vapor! -decía el otro.
-¡Y los ferrocarriles -respondía Kennedy-, con los que se atraviesan los países sin
verlos!
-¡No hay como un globo! -exclamaba Joe-. Se anda sin sentir, y la naturaleza se toma la
molestia de pasar ante tus ojos.
-¡Qué espectáculo! ¡Qué asombro! ¡Qué éxtasis! ¡Un sueño en una hamaca!
-¿Y si almorzásemos? -preguntó Joe, a quien el aire libre abría el apetito.
-Buena idea, muchacho.
-¡Oh! ¡Los preparativos no serán largos! Galletas y carne en conserva.
-Y café a discreción -añadió el doctor-. Te permito tomar prestado un poco de calor de
mi soplete, que tiene de sobra. Así no tendremos que temer un incendio.
-Sería terrible -repuso Kennedy-. Parece que llevemos encima un polvorín.
-No tanto -respondió Fergusson-. Si el gas se inflamase, se consumiría poco a poco y
bajaríamos a tierra, lo que sin duda sería un contratiempo; pero, no temáis, nuestro
aeróstato está herméticamente cerrado.
-Comamos, pues -dijo Kennedy.
-Coman, señores --dijo Joe-, y yo, al mismo tiempo que les imito, prepararé un café del
que me hablarán después de haberlo tomado.
-El hecho es -repuso el doctor- que Joe, amén de mil virtudes, tiene un talento
especialísimo para preparar esa bebida deliciosa; la elabora con una mezcla de varias
procedencias que nunca me ha querido dar a conocer.
-Pues bien, mi señor, a la altura en que nos hallamos puedo confiarle mi receta. Se
reduce simplemente a mezclar moca, bourbon y rio-nunez en partes iguales.
Pocos instantes después, tres humeantes y aromáticas tazas ponían punto final de un
sustancial almuerzo, sazonado por el buen humor de los comensales; luego, cada cual