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un golpe de mar más violento que el primero, pasó por la brecha de la obra muerta,
arrancó una enorme plancha que cubría la bita de proa, demolió la maciza cubierta bajo la
cual se hallaba el alojamiento de la marinería, y atacando de frente las paredes de
estribor, las hizo pedazos, llevándoselas como pedazos de tela echados al viento.
Los hombres yacían por tierra. Uno de ellos, un oficial, medio ahogado, sacudió sus
rojas patillas y se puso en pie. Viendo tendido y sin conocimiento a uno de sus marineros,
sobre un ancla, cargó con él y se lo llevó. Los marineros huían en los destrozos. ¡En el
entrepuente había tres pies de agua! Nuevos restos cubrían el mar, contándose entre ellos
algunos centenares de las muñecas que mi compatriota de la calle Chapon pensaba
aclimatar en América. Todas aquellas figuritas, arrancadas de su caja por un golpe de
mar, bailaban sobre las olas, y en otra ocasión menos crítica nos hubieran hecho
desternillar de risa. La inundación ganaba terreno. Por las aberturas se precipitaban masas
líquidas, siendo tal el asalto del mar que, según la relación del maquinista, el
Great-Eastern, embarcó más de 2.000 toneladas de agua; esto hubiera hecho zozobrar
una de las mayores fragatas.
-¡Bueno! -dijo el doctor, mientras una ráfaga se llevaba su sombrero.
La situación era insostenible. Locura hubiera sido intentar más prolongada resistencia.
Era preciso huir más que de prisa. El buque, empeñado en resistir de frente las olas, con
el estrave roto, era como un hombre que nada entre dos aguas, con la boca abierta.
¡Por fin, el capitán Anderson lo comprendió! Le vi correr a la ruedecilla que mandaba
las evoluciones del gobernalle. En el acto, precipitóse el vapor a los cilindros de popa, y
el coloso, revolviéndose como una canoa, dio la cara al Norte y echó a correr ante la
tempestad.
En aquel instante, el capitán, ordinariamente tan sereno y dueño de sí, gritó con rabia:
-¡Mi buque está deshonrado!
CAPÍTULO XXV
Apenas el Great-Eastern hubo virado de bordo, apenas presentó su popa a las olas,
cesaron los balances. A la agitación sucedió la inmovilidad absoluta. El almuerzo estaba
servido. La mayor parte de los pasajeros, tranquilizada por la inmovilidad del buque
descendió a los dining-rooms, donde, durante el almuerzo, no se experimentó un