Mucho ruido y pocas nueces (William Shakespeare) Libros Clásicos

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músicos.

DON PEDRO.-Qué, ¿oiremos esa música?

CLAUDIO.-Sí, mi buen señor. ¡Que en calma está la noche! ¡Aquietada a
propósito para prestar mayor encanto a la armonía!

DON PEDRO.-¿Veis dónde se ha ocultado Benedicto?
CLAUDIO.-¡Oh! Muy bien, señor. Acabada la música, proveeremos al zorrastrón
con un penique.

DON PEDRO.-Vamos, Baltasar, entónanos de nuevo esa canción.

BALTASAR.-¡Oh, mi buen señor! No obliguéis a una voz tan mala a ofender una
vez más a la música.

DON PEDRO.-El mostrar tan extraño semblante al propio talento es testigo,
precisamente, de su excelencia. Canta, te ruego, y que no te requiebre yo más.

BALTASAR.-Puesto que habláis de requebrar, cantaré, aunque también el galán
comienza sus súplicas por requiebros a aquella que juzga indigna de elogios;
empero, la requiebra y aun jura que la ama.

DON PEDRO.-Basta, te suplico; vamos, o si quieres seguir discurriendo, hazlo
en notas.

BALTASAR.-Notad esto antes que mis notas; que no hay nota mía que sea
digna de notarse.

DON PEDRO.-¡Bien! ¡No hables sino en corcheas! ¡No- tas, notas, de veras, y
nada más!
Música.

BENEDICTO.-¡Ahora, aria divina! ¡Ahora está su espíritu en éxtasis! ¿No es
extraordinario que unas tripas de carnero tengan la propiedad de hacer salir las
almas de su envoltura corporal? ¡Bien! ¿Y se les mendigará cuando todo se
acabe?

BALTASAR.-(Canta.)
No suspiréis más, niñas, no suspiréis, que los hombres han sido siempre
perjuros; un pie dentro del mar y otro en la orilla y sin firmeza nunca en ninguna
cosa.
No suspiréis, pues, no; dejadles que se vayan; sed felices y alegres y exhalad
vuestras penas en el «¡Ay!, nana, nana».
No cantéis más canciones, no cantéis, tan tristes, melancólicas y lentas; la falsía
del hombre fue la misma desde que Primavera dio sus primeras hojas.

No suspiréis, pues no; dejadles que se vayan; sed felices y alegres y exhalad
vuestras penas en el «¡Ay!, nana, nana».
DON PEDRO.-Por mi fe, una excelente canción.

BALTASAR.-Y un mal cantor, señor.
DON PEDRO.-¡Quia! No, no, a fe mía. Cantas bastante bien para un caso de
apuro.

BENEDICTO.-(Aparte.) A ser un perro el que así ladrara, le habrían colgado; y yo ruego a Dios que su ruda voz no presagie una desgracia. Con tan buen gusto hubiera oído a la lechuza, cualquiera que fuese la pestilencia que aportase.

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