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doncella, vuestra hija, libremente y sin violencia alguna?
LEONATO.-Tan libremente, hijo mío, como Dios hubo de concedérmela.
CLAUDIO.-Y yo, ¿qué podría daros en pago de tan rico y valioso presente?
DON PEDRO.-Nada, a no ser que se la devolvierais.
CLAUDIO.-Querido príncipe, me enseñáis gratitud noble. Leonato, recobrad,
pues, a vuestra hija: no deis esa naranja podrida a vuestro amigo. No tiene de honrada sino la señal y apariencia. ¡Mirad! ¡Se sonroja como una virgen! ¡Oh! ¡De qué sinceridad y muestra de virtud puede revestirse el astuto vicio! Ese rubor, esa modestia, ¿no vienen a atestiguar su sencilla honradez? Todos cuantos la contempláis, ¿no juraríais que es una virgen, por su aspecto exterior? ¡Pues no lo es! ¡Conoce el calor de un lecho lujurioso; y si enrojece, no es de pudor, sino de vergüenza!
LEONATO.-¿Qué queréis decir, señor?
CLAUDIO.-¡Que no me caso, que no junto mi alma a la de una probada
libertina!
LEONATO.-Mi querido señor, si, en prueba propia, habéis vencido la resistencia
de su juventud y hecho derrota de su virginidad...
CLAUDIO.-Sé lo que queréis decir: que si la he poseí- do, si la he tenido entre
mis brazos, fue en calidad de esposo, y debo, por lo tanto, excusar una falta
anticipada. No, Leonato. Nunca la tenté con palabras licenciosas. Sólo le dirigí
expresiones de candor sincero y de un respetuoso amor, como hubiera hecho un
hermano con su hermana.
HERO.-¿Y me conduje nunca de otro modo con vos?
CLAUDIO.-¡Mal haya tu apariencia! Yo la denunciaré. Me hacíais el efecto de
una Diana en su esfera, tan casta como el capullo antes de florecer; pero sois más desenfrenada en vuestros deseos que Venus, o que esos animales mimados que retozan en una salvaje sensualidad.
HERO.-¿Está mi señor en su juicio, que desvaría de ese modo?
LEONATO.-Querido príncipe, ¿por qué no habláis?
DON PEDRO.-¿Qué voy a hablar? Estoy avergonzado por haber querido unir a
mi caro amigo con una vulgar ramera.
LEONATO.-¿Se dicen tales cosas, o soy víctima de un sueño?
DON JUAN.-Señor, se dicen, y son verdaderas.
BENEDICTO.-¡Esto no lleva trazas de boda!
HERO.-¡Verdaderas! ¡Oh Dios!
CLAUDIO.-¿Estoy yo aquí, Leonato? ¿Es éste el príncipe? ¿Este otro el
hermano del príncipe? ¿Es ése el rostro de Hero? ¿Son estos ojos nuestros ojos?
LEONATO.-Todo es así, ¿y a qué viene eso, señor?