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Si le ha hecho justicia, será él quien se habrá ofendido a sí propio; si no, mi invectiva habrá pasado volando como el ganso silvestre que ningún hombre reclama por suyo. Pero ¿quién viene? (Entra Orlando, espada en mano.)
ORLANDO.- Deteneos y no sigáis comiendo. JAQUES.- Pues aún no he probado, bocado. ORLANDO.- Ni lo probéis antes que la miseria sea socorrida. JAQUES.- ¿Qué clase de pájaro es éste? DUQUE.- ¿Es la miseria la que te hace proceder así, hombre atrevido, o eres un grosero ignorante de los buenos modales, para mostrarte tan falto de buena crianza? ORLANDO.- Acertasteis al principio. La aguda espina de la más rigurosa necesidad, me privó de mostrarme suave y cortés. Nací tierra adentro, y tengo alguna cultura. Pero, deteneos, repito, porque si alguno toca a estos frutos antes que yo haya cumplido mi propósito, morirá. JAQUES.-Y si no admitís razones en respuesta, habré de morir. DUQUE.- ¿Qué deseáis? Nos forzaría a ser benévolos vuestra cortesía, más que nos inclinaría a
bondad vuestra fuerza. ORLANDO.- Estoy casi muerto de hambre. Dejadme tomar alimento DUQUE.- Sentaos y alimentaos y sed bien venido a nuestra mesa.
ORLANDO.- ¿Habláis afablemente? Os ruego que me perdonéis. Parecíame que todo había de ser salvaje en este lugar, y por eso tomé un aspecto imperioso e inflexible. Pero quienes quiera que seáis, los que en este desierto inaccesible, a la sombra de melancólico ramaje veis correr indiferentes las cansadas horas del tiempo; si alguna vez visteis días mejores; si alguna vez oísteis el tañer de las campanas llamándoos al templo; si os habéis sentado al banquete de un hombre de bien; y si alguna vez enjugasteis de vuestros párpados alguna lágrima de piedad y sabéis lo que es compadecer y ser compadecidos, dejad que la humildad sea mi principal fuerza, y en tal esperanza envaino, sonrojándome, este acero. DUQUE.- En verdad, hemos visto días mejores, y la sagrada campana nos ha llamado al templo, y nos hemos sentado a las fiestas de hombres buenos, y hemos enjugado de nuestros párpados lágrimas arrancadas por la santa piedad; así, pues, sentaos tranquilamente y disponed de cuanta ayuda podemos ofrecer en alivio de vuestras necesidades. ORLANDO. – Pues bien: aplazad por momentos vuestro alimento, mientras voy, como la cierva, en busca de mi cervato para alimentarlo. Hay allí un pobre anciano que siguió con paso fatigado mi largo camino, movido por el más desinteresado afecto.