Fulleros y creyentes

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La afición por los juegos de azar dio origen desde temprano a un conjunto de trampas o "fullerías" destinadas a garantizar el sistemático triunfo del "tallador", acaso por el tan mentado "ayúdate que Dios te ayudará". Como probanza de antigüedad remitimos al lector al breve discurso que sobre el arte de los naipes le espeta Pedro del Rincón a su amigo Cortado en la primera parte del Rinconete y Cortadillo de Cervantes, muy útil para conocer los "moquillos" y "flores" que gastaban los tahúres españoles y americanos de comienzos del siglo XVII:

"Tomé de mis alhajas las que pude y las que me parecieron más necesarias, y entre ellas saqué estos naipes ...con los cuales he ganado mi vida por los mesones y ventas que hay desde Madrid aquí, jugando a la veintiuna; y aunque vuesa merced los ve tan astrosos y maltratados, usan de una maravillosa virtud con quien los entiende, que no alzará que no quede un as debajo; y si vuesa merced es versado en este juego, verá cuánta ventaja lleva el que sabe que tiene cierto un as a la primera carta, que le puede servir de un punto y de once; que con esta ventaja, siendo la veintiuna envidada, el dinero se queda en casa.
Fuera de esto, aprendí de un cocinero de un cierto embajador ciertas tretas de quínolas y del parar, a quien también llaman andaboba, que así como vuesa merced se puede examinar en el corte de las antiparras, así puedo yo ser maestro en la ciencia vilhanesca."

Y más tarde a Monipodio:
"...sé un poquito de floreo de Vilán: entiéndeseme el retén; tengo buena vista para el humillo; juego bien de la sola, de las cuatro y de las ocho; no se me va por pies el raspadillo, verrugueta y el colmillo; éntrome por la boca del lobo como por mi casa, y atreveríame a hacer un tercio de chanza mejor que un tercio de Nápoles, y a dar un astillazo al más pintado mejor que dos reales prestados" A lo que responde el inefable mentor de la Corte de los Milagros:

-Principios son; ... pero todas ésas son flores de cantueso viejas, y tan usadas que no hay principiante que no las sepa, y sólo sirven para alguno que sea tan blanco, que se deje matar de media noche abajo; pero andará el tiempo, y vernos hemos; que asentando sobre ese fundamento me dia docena de liciones, yo espero en Dios que habeis de salir oficial famoso, y aun quizá maestro.

" Tanto, quizá, como llegó a serlo dos siglos y medio más tarde Picardía, el hijo de Cruz (Martín Fierro, v. 3097 a 3216):

Hay muchas trampas legales,
recursos del jugador;
no cualquiera es sabedor
a lo que un naipe se presta:
con una cincha bien puesta
se la pega uno al mejor.
....................

Entre las "fullerías" más corriente en los juegos de naipes figuran la cartas "muleras", que el jugador lleva escondidas para hacerlas aparecer en el momento oportuno, que deja caer de la mesa para que no entren en el juego o que se da de más en el momento de repartir. Otra técnica habitual es el "empalme", que consiste en sacar una o dos cartas en el corte, reteniéndolas en la palma de la mano.

Idéntica audacia requiere el "cambio de mazo", en que se trueca la baraja en uso por otra especialmente preparada, o la "patota", que exige la complicidad de algún auxiliar y que consiste en introducir un número determinado de naipes de igual valor entre los mazos empleados para el
baccarat.

Con el nombre de "peinado" se conoce a la técnica, que requiere gran habilidad y velocidad manual, de fingir la mezcla de los naipes sobre la mesa, y a este género, en el que solo cuentan el mazo y la experiencia manual del fullero, pertenecen el "salto", la mezcla "a la americana" (que permite conservar la carta deseada), el "enfile" (o cambio de cartas), la "corrida",etc.

Entre las "fullerías" que requieren la participación de elementos extraños al naipe figuran el uso de la "pega", como se designa a la goma especial con que se unta débilmente el borde superior de ciertas cartas, a fin de facilitar la salida de determinados valores mediante una simple presión de la mano; el "espejito", que es un anillo o una pequeña plaquita reflectora que se pega en la palma y que permite "vichar" las caras de los naipes en el momento de repartir; el "encerado", que consiste en pasar cera de fósforos sobre el lomo de las cartas para que corran con más facilidad; los "rebajes", o cortes imperceptibles en los bordes que facilitan la aparición de determinados valores según se tome el mazo por las cabeceras o por los filos laterales; los "floreos", que se verifican mediante marcas diminutas y solo perceptibles a un tacto muy afinado, etc. Al igual que los naipes, el hueso de la taba y los dados se han prestado desde antiguo a numerosas fullerías, como "cargarlos" con mercurio, "limarlos" o "afeitarlos", a fin de que caigan siempre sobre un número previsto de lados.

Estas artes de la "fullería" alcanzaron su máxima expresión a través de organizaciones delictivas como la "peca", que en Buenos Aires conoció su época de esplendor hacia las décadas de 1920 y 1930, con personajes famosos como el Vasco de Arrecifes, el Rengo y el Pibe de las Carreras, etcétera.

Como reverso de la "fullería", con sus técnicas propias y su dilatada y laboriosa ejercitación manual e intelectual, debe señalarse, a nuestro juicio, la pura apelación supersticiosa a los poderes sobrenaturales. Juan B. Ambrosetti, uno de los precursores del estudio sistemático de nuestro folklore, registró en Supersticiones y leyendas (1917) algunas prácticas populares relacionadas con los juegos de apuestas, particularmente en la región misionera:

Para las riñas de gallos: hacer tragar azogue al preferido, empollar los huevos sobre bosta de mula. Para las carreras de caballos: cortar los pelos de las ranillas del pingo contrario, o bien cortarle una cerda de la cola y manear con ella un sapo, que se enterrará vivo en el andarivel. Para las barajas: "velar" el mazo, untarse los dedos con piedra imán, envolver los naipes en un pañuelo sobre el que hayan cruzado dos víboras, etcétera.

La región correntina del Iberá es igualmente rica en supersticiones, y son por cierto abundantes las creencias mágico-religiosas relacionadas con el juego. El paisano correntino -profundamente apegado hasta hace poco a un tipo de fe sincrética con resabios de paganismo y liturgia jesuítica- considera que San Onofre favorece a los jugadores, y por tal motivo le rinde una forma de culto particular, que tiende a granjearse su protección y que comienza con la posesión de una imagen del "santo", a quien los imagineros populares representan desnudo y con una larga barba que le cubre los genitales. Para que resulte eficaz, la veneración de San Onofre debe ser secreta, y para ello se lo "encierra" en los armarios, o se lo coloca detrás de las puertas, evitando en lo posible la mención de su nombre o el reconocimiento de su posesión.

Los jugadores deben llevar oculta en el cinto la pequeña talla de hueso, y tocarla, sin despertar sospechas, cuando necesiten auxilio, pues en caso contrario su mediación puede resultar ineficaz e inclusive perjudicial. Otra curiosa creación de la fe popular correntina, San La Muerte, derivada probablemente de las representaciones coloniales del Cristo de la Paciencia, también presta su "ayuda" a los jugadores, quienes para estos gajes lo consideran un mediador tan plausible como San Onofre.

Para contar con el favor de San La Muerte también es necesario poseer su imagen -tosco y pequeño amuleto que representa a un esqueleto en posición sedente- y rezarle cierta oración que dice: "San La Muerte, espíritu esquelético, poderosísimo y fuerte por demás... en el juego y en los negocios defiéndeme. Mi abogado te nombro como el mejor... ". En una tesitura de mayor adhesión pagana se recurre también a las virtudes de los payé, amuletos que se confeccionan especialmente, y en secreto, con materiales diversos y que es necesario "bautizar" llevándolos a la iglesia para que "escuchen" una misa. Los paisanos expertos sostienen que el payé más eficaz para el juego y para el amor es una pluma de caburé que se lleva en un relicario de tela.

A estas expectativas sobrenaturales pertenece también la interpretación del significado de los "sueños", que constituye -junto con el "culto" a San Cono- un aspecto importante del utilaje mágico- propiciatorio de los jugadores de quiniela y lotería. Para satisfacer las necesidades onirománticas de los "soñadores" existe una nutrida y vétusta bibliografía de cordel -que en muchos casos se remonta al siglo XVIII- compuesta por almanaques, libros de los sueños, etc.

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