Bajo las Luces Artificiales

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Las salas de juego de todos los Casinos del mundo sólo conocen la luz del día, en los momentos dedicados a su limpieza ¡Mucha gente se pregunta a qué motivo obedece el que dichos centros estén invariablemente, y sin excepción alguna, iluminados con luz artificial, aunque muchas veces pudieran recibir los rayos solares del exterior!. Existe para ello una razón profunda y velada, una razón psicológica.

La luz del día, haciendo abstración de la solar, forma un ambiente demasiado luminoso, refractario en esencia, a la excitación del juego. Pertenece éste, en lo que tiene de más íntimo, a sendas de oscuridad, y si de improviso permitiéramos que los claros rayos del sol, y la luz natural bañaran a los jugadores, sería ello de un efecto tan deprimente para sus espíritus como para la banca. Ya dije en otro lugar de estas memorias, que cada detalle relacionado al Casino, se planea con minucioso cuidado; ahora bien, uno de los más importantes asuntos de cualquier sala de juego es su sistema de iluminación, que debe ser cálida, exótica, tensa, formando la atmósefar neurótica propicia a sus finalidades. Cuando se agrega a ella, el toque de la mujer, y el humo de los fumadores, se completa el cuadro psicológico tendiente a enervar el equilibrio ordinario de los jugadores, y volverlos menos resistentes y más predispuestos a las excitaciones del juego.

Menciono la iluminación artificial de los Casinos porque resulta interesante, y revela un matiz, de gran atractivo humano para el estudio de la psicología de los jugadores, y de la forma en que los banqueros saben explotarla en su propio beneficio.

Ya que es ésta mi última huella para el próximo de mis recuerdos y experiencias de "croupier", quisiera mostrarles la tragedia y la debilidad del mundo del azar, y relatarles algunos de los incidentes, y dramas que se sucedieron al compás de la danza de la bolilla.

Vuelve ahora a mi memoria la mirada angustiosa y desesperada de una jovencita, a quien mi rastrillo despojó de sus últimos francos; de una anciana, muy anciana señora, de cabellera cana y finas facciones alteradas de horror e incertidumbre ante el frío dictamen que declarara la bolilla; de un hombre de aspecto aventajado y marcial que labró su ruina en pocos minutos, por exclamar "¡banco!" al bacarat... Podría seguir así indefinidamente relatando las incidencias en, que el patetismo revestía los designios insondables de la fatalidad.

No he de olvidar a una madura mujer que, hace muchos años en Monte Carlo, arriesgaba febrilmente pequeñas sumas de dinero. A causa precisamente de lo insignificante de sus apuestas, creí comprender de que ellas obedecían a su necesidad de ganar para un propósito determinado, y que algo muy importante dependía del resultado de esas jugadas.

De tanto en tanto -cada vez que ganaba un luis- abandonaba el salón, para regresar a los pocos minutos. Repentinamente pareció decidirse a arriesgar el todo, pues colocó 10 luises a "cheval". Siendo yo un "croupier", estaba impedido de hacerle ninguna advertencia, de modo que lancé la bola, y aguardé el resultado, en una suerte de ansiedad por el destino de aquella infeliz mujer. Ella perdió, y su rostro palideció hasta la muerte, antes de abandonar el tapete. Horas más tarde, cuando ya relevado, salía yo del Casino, vi a la mujer en la terraza, acompañada de una niñera que mecía una cuna en la que había dos bebés.

Acercándome a la mujer me descubrí, inclinándome. -Perdón, Madame -dije- soy el "croupier" de la mesa en la que Ud....

Antes de que pudiera proseguir, se levantó de un salto, y llena de furia comenzó a cubrirme de insultos. Ella había perdido, el juego no fue sino una trampa, y allí estaba ahora arruinada con sus dos hijitas. Aguardé en silencio a que se calmara. Me había hecho cargo de la situación en un instante, y llegado a una desición. La mujer estaba otra vez en su silla, sollozaba histéricamente.

-Le repito Madame que soy el "croupier" -continué-. Hubo un pequeño error, y es un placer para mí informarla de que Ud. ganó. Aquí está el dinero.
-Y coloqué en sus manos un fajo de billetes.

Abrió la dama unos ojos desmesurados, se precipitó a mi mano para besarla, antes de comenzar un llanto de felicidad sobre las dos criaturas. Partí al instante a tomar mi cena, lleno con toda la paz del mundo por haber sido capaz de realizar una buena acción, en un caso tan lamentable. Por supuesto no había habido equivocación alguna, y aún en tal caso no se hubiese enviado nunca a un ??croupier? tras un jugador para reintegrarle sus ganancias, pero la tal señora, viuda según averigüé más tarde, desconocía lo suficiente nuestro ambiente para estar al cabo de tales cosas.

Un incidente algo semejante me ocurrió cierta vez en que hube de hallarme a mí mismo convertido en prestamista.

La principal figura del drama será siempre recordada por mí como "la dama de la rosa", que así la denominaba yo cada vez que se aproximaba a mi mesa en el Casino de Biarritz. Alta y morena, con ojos azules y rasgados, ostentaba invariablemente una rosa encarnada, y fue esa peculiaridad que despertó mi atención sobre ella. Solía jugar sumas reducidas, hasta que un día arriesgó, como, les ocurre a las mujeres, una cantidad mayor, y perdió. Resultaba evidente que su mal hado, la afectaba profundamente, pues se levantó llenos de lágrimas los ojos azules.

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