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¿Qué sabe la razón? Únicamente lo que ha aprendido (nunca sabrá más, seguramente. Esto no es un consuelo, pero no hay que disimularlo). En cambio, la naturaleza humana obra con todo su peso, por decirlo así, con todo su contenido, a veces con plena conciencia y a veces inconscientemente. Comete algunas pifias pero vive.
Sospecho, señores, que ustedes me miran con cierto desdén: me repiten que a un hombre culto, al hombre del porvenir, en una palabra, le es imposible desear deliberadamente lo que es contrario a sus intereses. Esto es tan claro como las matemáticas. Estoy completamente de acuerdo: tiene una claridad y una exactitud matemáticas. Pero les repito por centésima vez que existe una excepción, que hay hombres que pueden desear lo que saben que es desfavorable para ellos, lo que les parece estúpido, insensato; hombres que obran así sólo por eludir la obligación de escoger lo provechoso, lo digno. Porque esa insensatez, ese capricho, es quizá, señores, lo más ventajoso que existe para nosotros en la tierra, sobre todo en ciertos casos. Incluso es posible que esta ventaja sea superior a todas las demás aunque sea evidente que nos perjudica y contradice las conclusiones más sanas de nuestro razonamiento. Y es que nos conserva lo principal, lo que más queremos: nuestra personalidad. Algunos afirman que esto es precisamente lo más preciado que tenemos. La voluntad puede querer a veces ponerse de acuerdo con la razón, sobre todo si no se abusa de este acuerdo, si se aprovecha moderadamente. Pero con gran frecuencia, incluso casi siempre, la voluntad se niega obstinadamente a ponerse de acuerdo con la razón, y entonces... entonces... Pero ¿saben ustedes que también esto es muy útil y digno de aprobación?
Admito, señores, que el hombre no es un ser irracional. En verdad, puede no serlo, pues, si lo fuera, ¿quién podría representar la inteligencia? Pero, aún no siendo irracional, es monstruosamente ingrato, extraordinariamente ingrato. Yo incluso creo que es la mejor definición que se puede dar del hombre: «ser bípedo e ingrato». Esto no es todo; éste no es su principal defecto. Su peor defecto es su mal carácter, defecto que ha exhibido constantemente desde el diluvio universal hasta el período schleswig-holsteiniano de nuestra historia. Mal carácter y en consecuencia, conducta irrazonable, pues sabido es que ésta procede de aquél. Compruébenlo. Lancen una mirada a la historia de la humanidad. ¿Qué ven ustedes? ¿Dicen que es grandiosa? Sí, es posible.