Misas herejes (Evaristo Carriego) Libros Clásicos

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que no ha querido nunca saber de otra belleza
que la de sus copiosas sensatas digestiones:
fruto de sus más lógicas fuertes cerebraciones.
Por eso, honradamente, se pesan las

bondades
del genio, en la balanza de las utilidades,
y si a los soñadores profetas se fustiga
hay felicitaciones para el que echa barriga.

Y esto no tiene vuelta, pues está de por
medio
la razón, aceptada, de que ya no hay
remedio...

Como que cuando, a veces, en el Libro
obligado,
la Biblia del ambiente, a todos manoseado,

hay un gesto de hombría traducido en

blasfemia,
por asaz deslenguado lo borra la
Academia...

La moral se avergüenza de las
imprecaciones
de los sanos impulsos que violan las


nociones
del buen decir. El pecho del mejor
maldiciente

que se queme sus llagas filosóficamente,

sin mayor pesar, antes de irrumpir en
verdades
que siempre tienen algo de ingenuas

necedades;

porque quien viene airado, con gestos de
tragedia,
a intentar gemir quejas aguando la

comedia,
es cuando más un raro, soñador de utopías
que al oído de muchos suenan a letanías...
Por eso, remordido pecador, yo me acuso
-preciso es confesarlo- de haber sido un

iluso
de fórmulas e ideas que me mueven a risa,
ahora que no pienso sino en seguir, a prisa,
la reposada senda, libre de los violentos
peligros que han ungido de mirras de

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