Las Dos Doncellas (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

Página 29 de 49


No la imaginaba atada al árbol, ni vestida en el roto traje de varón, sino en el suyo de mujer y en casa de sus padres, ricos y de tan principal y rico linaje como ellos eran. No detenía ni quería detener el pensamiento en la causa que la había traído a que la conociese. Deseaba que el día llegase para proseguir su jornada y buscar a Marco Antonio, no tanto para hacerle su cuñado como para estorbar que no fuese marido de Leocadia; y ya le tenían el amor y el celo de manera que tomara por buen partido ver a su hermana sin el remedio que le procuraba, y a Marco Antonio sin vida, a trueco de no verse sin esperanza de alcanzar a Leocadia; la cual esperanza ya le iba prometiendo felice suceso en su deseo, o ya por el camino de la fuerza, o por el de los regalos y buenas obras, pues para todo le daba lugar el tiempo y la ocasión.
Con esto que él a sí mismo se prometía, se sosegó algún tanto; y de allí a poco se dejó venir el día, y el[l]os dejaron las camas; y, llamando don Rafael al huésped, le preguntó si había comodidad en aquel pueblo para vestir a un paje a quien los bandoleros habían desnudado. El huésped dijo que él tenía un vestido razonable que vender; trújole y vínole bien a Leocadia; pagóle don Rafael, y ella se le vistió y se ciñó una espada y una daga, con tanto donaire y brío que, en aquel mismo traje, suspendió los sentidos de don Rafael y dobló los celos en Teodosia. Ensilló Calvete, y a las ocho del día partieron para Barcelona, sin querer subir por entonces al famoso monasterio de Monserrat, dejándolo para cuando Dios fuese servido de volverlos con más sosiego a su patria.

Página 29 de 49
 

Paginas:


Compartir:



Diccionario: