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-Le gustó tanto mi brazo, Smee, que me ha seguido desde entonces, de mar en mar y de tierra en tierra, relamiéndose por lo que queda de mí.
-En cierto modo -dijo Smee-, es una especie de cumplido.
-No quiero cumplidos de esa clase -soltó Garfio con petulancia-. Quiero a Peter Pan, que fue quien hizo que ese bicho me tomara gusto.
Se sentó en una gran seta y habló con voz temblorosa. -Smee -dijo roncamente-, ese cocodrilo ya me habría comido a estas horas, pero por una feliz casualidad se tragó un reloj que hace tic tac en su interior y por eso antes de que me pueda alcanzar oigo el tic tac y salgo corriendo.
Se echó a reír, pero con una risa hueca.
-Algún día -dijo Smee-, el reloj se parará y entonces lo cogerá.
Garfio se humedeció los labios resecos.
-Sí -dijo-, ése es el temor que me atormenta.
Desde que se sentó se había estado sintiendo extrañamente acalorado.
-Smee -dijo-, este asiento está caliente.
Se levantó de un salto.
-Por mil diablos tuertos, que me quemo.
Examinaron la seta, que era de un tamaño y una solidez desconocidos en el mundo real; intentaron arrancarla y se quedaron con ella en las manos al instante, pues no tenía raíces. Y lo que es más raro, al momento comenzó a salir humo. Los piratas se miraron el uno al otro.
-¡Una chimenea! -exclamaron los dos.
Efectivamente, habían descubierto la chimenea de la casa subterránea. Los chicos tenían por costumbre taparla con una seta cuando había enemigos en las cercanías.
No sólo salía humo por ella. También se oían voces de niños, pues tan seguros se sentían los chicos en su escondrijo que estaban charlando alegremente.