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Yo no podré asegurar hoy que no fuese una alucinación, pero al derramarse la claridad por la alcoba, al fijar mis ojos en la esfera del reloj, se me figuró que las manecillas retorciéndose y los números romanos combinándose extrañamente fingían una cara diabólica que se reía con una carcajada muda de mi tormento y mi afán. No pude contenerme; levanté una silla con las dos manos e hice añicos la condenada máquina, origen de todos mis sinsabores. Después volví a acostarme y me dormí con la tranquilidad de un justo. Al despertar el otro día y ver hecho pedazos el reloj, no pude menos de exclamar qué género de sistema nervioso sería el de nuestros padres, que no sólo gustaban de los relojes con péndulo, sino que ,¡horror!, los tenían hasta con cuco.
El Contemporáneo
30 de abril, 1863