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La presencia de la víctima hacía más conmovedora la relación de sus desgracias.
Pero..., ¡oh fuerza de la necesidad y la costumbre!, transcurrido el primer momento de estupor y de silencio profundo, nos enjugamos con el pico de la servilleta la lágrima que temblaba suspendida en nuestros párpados y nos comimos el cadáver.
El Museo Universal
24 de diciembre, 1865