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costumbres de la casa de huéspedes y la clase de pájaros que en ella
vivían; pero no debieron impresionarle mucho. Manuel tuvo que
aguantar mientras sirvió la mesa en los días posteriores una serie
La lucha por la vida I. La busca
interminable de advertencias, bromas y cuchufletas.
Mil incidentes, chuscos para el que no tuviera que sufrirlos, se
producían a cada paso: unas veces se encontraba tabaco en la sopa,
otras carbón, ceniza, pedazos de papel de» color en la botella del agua.
Uno de los comisionistas, que padecía del estómago y se pasaba la vida
mirándose la lengua en el espejo, solía levantarse, furioso, cuando
pasaba alguna de estas cosas, a pedir a la dueña que despachase a un
zascandil que hacia tantos disparates.
Manuel se acostumbró a estas manifestaciones contra su humilde
persona, y contestaba cuando le reñían con el mayor descaro e
indiferencia.
Pronto se enteró de la vida y milagros de todos los huéspedes, y se
hallaba dispuesto a soltarles cualquier barbaridad si le fastidiaban
demasiado.
Doña Violante y sus niñas manifestaron por Manuel gran simpatía, la
vieja sobre todo. Llevaban ya varios meses las tres damas viviendo en la
casa; pagaban poco, y cuando no podían, no pagaban, pero eran fáciles
de contentar. Dormían las tres en un cuarto interior, que daba al patio,
del cual venía un olor a leche fermentada, repugnante, que escapaba del
establo del piso bajo.
No tenían en el cubil donde se albergaban sitio ni aun para moverse;