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-La única anciana a la que pienso que te refieres -empezó a responder
desdeñosamente el señor ldle, al tiempo que a tientas se abría camino por la
escalera con la ayuda de su ancha balaustrada.
-Te aseguro, Tom -empezó a decirle el señor Goodchild ayudándole a su lado-, que
desde que te quedaste dormido...
-¡Ésa sí que es buena! -exclamó Thomas ldle-. ¡Si ni he cerrado un ojo!
Con la peculiar sensibilidad sobre el tema de la infeliz acción de quedarse
dormido fuera de la cama, destino de toda la humanidad, el señor ldle persistió
en esa declaración. La misma sensibilidad peculiar impulsó al señor Goodchild,
al ser acusado del mismo crimen, a repudiarlo con honorable resentimiento. Así
por el momento resultaba complicada la cuestión del anciano y de los dos
ancianos, y poco después se volvería imposible. El señor ldle dijo que todo era
un lío formado por fragmentos reordenados de las cosas que había visto y
pensando durante el día. El señor Goodchild respondió que cómo iba a ser así si
no se había dormido. El señor ldle añadió que él era el que no se había dormido,
y que nunca se dormiría, mientras que el señor Goodchild, por regla general,
estaba dormido siempre. En consecuencia, se separaron para el resto de la noche
en la puerta de sus respectivos dormitorios, un poco enfadados. Las últimas
palabras del señor Goodchild fueron que en esa real y tangible antigua sala de
estar de la real y tangible posada (y suponía que el señor ldle no negaría la
existencia de ésta), había tenido todas aquellas sensaciones y experiencias, que
estaban ahora a una o dos líneas de completarse, y qué él lo escribiría todo e
imprimiría todas las palabras. El señor ldle replicó que lo hiciera si ése era
su deseo... y lo era, y ahora está ya escrito.