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cuando se llenó el aire de ponzoña, 60
pues, hasta el gusanillo, perecieron
los animales; y la antigua gente,
según que los poeta aseguran, 63
se engendró de la estirpe de la hormiga;
como era viendo por el valle oscuro
languidecer las almas a montones. 66
Cuál sobre el vientre y cuál sobre la espalda,
yacía uno del otro, y como a gatas,
por el triste sendero caminaban. 69
Muy lentamente, sin hablar, marchábamos,
mirando y escuchando a los enfermos,
que levantar sus cuerpos no podían. 72
Vi sentados a dos que se apoyaban, 73
como al cocer se apoyan teja y teja,
de la cabeza al pie llenos de pústulas. 75
Y nunca vi moviendo la almohaza
a muchacho esperado por su amo,
ni a aquel que con desgana está aún en vela, 78
como éstos se mordían con las uñas
a ellos mismos a causa de la saña
del gran picor, que no tiene remedio; 81
y arrancaban la sarna con las uñas,
como escamas de meros el cuchillo,
o de otro pez que las tenga más grandes. 84
«Oh tú que con los dedos te desuellas
-se dirigió mi guía a uno de aquéllos-
y que a veces tenazas de ellos haces, 87
dime si algún latino hay entre éstos
que están aquí, así te duren las uñas
eternamente para esta tarea.» 90
«Latinos somos quienes tan gastados
aquí nos ves -llorando uno repuso-;
¿y quién tú, que preguntas por nosotros?» 93
Y el guía dijo: «Soy uno que baja
con este vivo aquí, de grada en grada,
y enseñarle el infierno yo pretendo.» 96
Entonces se rompió el común apoyo;
y temblando los dos a mí vinieron
con otros que lo oyeron de pasada. 99
El buen maestro a mí se volvió entonces,
diciendo: «Diles todo lo que quieras»;
y yo empecé, pues que él así quería: 102
«Así vuestra memoria no se borre
de las humanas mentes en el mundo,