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Y él vertía espeso llanto de debajo de sus cejas sujetando con las manos el purpúreo manto ante sus ojos.»
Y luego Pisístrato, el hijo de Néstor, le dijo:
«Atrida Menelao, vástago de Zeus, caudillo de tu pueblo, en verdad éste es el hijo de aquél, tal como dices, pero es prudente y se avergüenza en su ánimo de decir palabras descaradas al venir por primera vez ante ti, cuya voz nos cumple como la de un dios.
«Néstor me ha enviado, el caballero de Gerenia, para seguirlo como acompañante, pues deseaba verte a fin de que le sugirieras una palabra o una obra. Pues muchos pesares tiene en palacio el hijo de un padre ausente si no tiene otros defensores como le sucede a Telémaco. Ausentóse su padre y no hay otros defensores entre el pueblo que lo aparten de la desgracia.»
Y el rubio Menelao contestó y dijo a éste:
«!Ay!, ha venido a mi casa el hijo del querido hombre que por mí padeció muchas pruebas. Pensaba estimarlo por encima de los demás argivos cuando volviera, si es que Zeus Olímpico, el que ve a lo ancho, nos concedía a los dos regresar en las veloces naves. Le habría dado como residencia una ciudad en Argos y lé habría edificado un palacio trayéndolo desde Itaca con sus bienes, su hijo y todo el pueblo, después de despoblar una sola ciudad de las que se encuentran en las cercanías y son ahora gobernadas por mí. Sin duda nos habríamos reunido con frecuencia estando aquí y na da nos habría separado en siendo amigos y estando contentos, hasta que la negra nube de la muerte nos hubiera envuelto. Pero debía envidiarlo el dios que ha hecho a aquel desdichado el único que no puede regresar.»
Así dijo y despertó en todos el deseo de llorar. Lloraba la argiva Helena, nacida de Zeus, y lloraba Telémaco y el Atrida Menelao. Tampoco el hijo de Néstor tenía sus ojos sin llanto, pues recordaba en su interior al irreprochable Antíloco, a quien mató el ilustre hijo de la resplandeciente Eos. Y acordándose de él dijo aladas palabras:
«Atrida, decía el anciano Néstor cuando lo mentábamos en su palacio, y conversábamos entre nosotros, que eres muy sensato entre los mortales. Conque ahora, si es posible, préstame atención. A mí no me cumple lamentarme después de la cena, pero va a llegar Eos, la que nace de la mañana.