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El Congreso estaba, pues, en mayoría, y Terrífica abrió la sesión.
-¡Compañeras! -dijo-. Hemos sido todas enteradas por Lanceolada de la presencia nefasta del Hombre. Creo interpretar el anhelo de todas nosotras, al tratar de salvar nuestro Imperio de la invasión enemiga. Sólo un medio cabe, pues la experiencia nos dice que el abandono del terreno no remedia nada. Este medio, ustedes lo saben bien, es la guerra al Hombre, sin tregua ni cuartel, desde esta noche misma, a la cual cada especie aportará sus virtudes. Me halaga en esta circunstancia olvidar mi especificación humana: no soy ahora una serpiente de cascabel; soy una yarará, como ustedes. Las yararás, que tienen a la Muerte por negro pabellón. ¡Nosotras somos la Muerte, compañeras! Y entre tanto, que alguna de las presentes proponga un plan de campaña.
Nadie ignora, por lo menos en el Imperio de las Víboras, que todo lo que Terrífica tiene de largo en sus colmillos, lo tiene de corto en su inteligencia. Ella lo sabe también, y aunque incapaz por lo tanto de idear plan alguno, posee, a fuerza de vieja reina, el suficiente tacto para callarse.
Entonces Cruzada, desperezándose, dijo:
-Soy de la opinión de Terrífica, y considero que mientras no tengamos un plan, nada podemos ni debemos hacer. Lo que lamento es la falta en este Congreso de nuestra primas sin veneno: las Culebras.
Se hizo un largo silencio. Evidentemente, la proposición no halagaba a las víboras. Cruzada se sonrió de un modo vago y continuó:
-Lamento lo que pasa. Pero quisiera solamente recordar esto: Si entre todas nosotras pretendiéramos vencer a una culebra, no lo conseguiríamos. Nada más quiero decir.
-Si es por su resistencia al veneno -objetó perezosamente Urutú Dorado, desde el fondo del antro-, creo que yo sola me encargaría de desengañarlas.
-No se trata de veneno -replicó desdeñosamente Cruzada-. Yo también me bastaría... -agregó con una mirada de reojo a la yararacusú-. Se trata de su fuerza, de su destreza, de su nerviosidad, como quiera llamársele. Cualidades de lucha que nadie pretenderá negar a nuestras primas. Insisto en que en una campaña como la que queremos emprender, las serpientes nos serán de gran utilidad; más: de imprescindible necesidad.
Pero la proposición desagradaba siempre.
-¿Por qué las culebras? -exclamó Atroz-. Son despreciables.
-Tienen ojos de pescado-agregó la presuntuosa Coatiarita.
-¡Me dan asco! -protestó desdeñosamente Lanceolada.
-Tal vez sea otra cosa la que te dan.... -murmuró Cruzada mirándola de reojo.
-¿A mí? -silbó Lanceolada, irguiéndose-. ¡Te advierto que haces mala figura aquí, defendiendo a esos gusanos corredores!
-Si te oyen las Cazadoras... -murmuró irónicamente Cruzada.
Pero al oír este nombre, Cazadoras, la asamblea entera se agitó.
-¡No hay para qué decir eso! -gritaron-. ¡Ellas son culebras, y nada más!
-¡Ellas se llaman a sí mismas las Cazadoras! -replicó secamente Cruzada-. Y estamos en Congreso.
También desde tiempo inmemorial es fama entre las víboras la rivalidad particular de las dos yararás: Lanceolada, hija del extremo norte, y Cruzada, cuyo hábitat se extiende más al sur.