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Ya empezamos a conversar en cierto modo, y las primeras palabras que aprendí fueron para expresar mi deseo de que se sirviese concederme la libertad, lo que todos los días repetía puesto de rodillas. Su respuesta, por lo que pude comprender, era que el tiempo lo traería todo, que no podía pensar en tal cosa sin asistencia de su Consejo, y que antes debía yo Lumos Kelmin peffo defmar lon Emposo: esto es, jurar la paz con él y con su reino. No obstante, yo sería tratado con toda amabilidad; y me aconsejaba conquistar, con mi paciencia y mi conducta comedida, el buen concepto de él y de sus súbditos. Me pidió que no tomase a mal que diese orden a ciertos correctos funcionarios de que me registrasen, porque suponía él que llevaría yo conmigo varias armas que por fuerza habían de ser cosas peligrosísimas si correspondían a la corpulencia de persona tan prodigiosa. Dije que Su Majestad sería satisfecho, porque estaba dispuesto a desnudarme y a volver las faltriqueras delante de él. Esto lo manifesté, parte de palabra, parte por señas. Replicó él que, de acuerdo con las leyes del reino, debían registrarme dos funcionarios; y aunque él sabia que esto no podría hacerse sin mi consentimiento y ayuda, tenía tan buena opinión de mi generosidad y de mi justicia que confiaba en mis manos las personas de sus funcionarios añadiendo que cualquier cosa que me fuese tomada me sería devuelta cuando saliera del país o pagada al precio que yo quisiera ponerle. Tomé a los funcionarios en mis manos y los puse primeramente en los bolsillos de la casaca y luego en todos los demás que el traje llevaba, excepto los dos de la pretina y un bolsillo secreto que no quise que me registrasen y en que guardaba yo alguna cosilla de mi uso que a nadie podía interesar sino a mí. Por lo que hace a los bolsillos de la pretina, en uno llevaba un reloj de plata, y en el otro una pequeña cantidad de oro en una bolsa. Aquellos caballeros, provistos de pluma, tinta y papel, hicieron un exacto inventario de cuanto vieron, y cuando hubieron terminado me pidieron que los bajase para ir a entregárselo al emperador. Este inventario, vertido por mí más tarde dice literalmente como sigue:
«Imprimis. En el bolsillo derecho de la casaca del «Gran-Hombre-Montaña» (así traduzco Quinbus Flestrin), después del más detenido registro, encontramos sólo una gran pieza de tela ordinaria, de bastante tamaño para servir de alfombra en la gran sala del trono de Vuestra Majestad.