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Mis hombres fueron enviados, en número igual, a ambos barcos piratas, y mi balandra, tripulada por nuevas gentes. Por lo que a mí toca, se dispuso que sería lanzado al mar, a la ventura, en una pequeña canoa con dos canaletes y una vela y provisiones para cuatro días -éstas tuvo el capitán japonés la bondad de duplicarlas de sus propios bastimentos-, sin permitir a nadie que me buscase. Bajé a la canoa, mientras el holandés, de pie en la cubierta, me atormentaba con todas las maldiciones y palabras injuriosas que su idioma puede dar de sí.
Como una hora antes de ver a los piratas había hecho yo observaciones y hallado que estábamos a una latitud de 46º N. y una longitud de 183. Cuando estuve a alguna distancia de los piratas descubrí con mi anteojo de bolsillo varias islas al Sudeste. Largué la vela con el designio de llegar, aprovechando el viento suave que soplaba, a la más próxima de estas islas, lo que conseguí en unas tres horas. Era toda peñascosa; encontré, no obstante, muchos huevos de pájaros, y haciendo fuego prendí algunos brezos y algas secas y en ellos asé los huevos. No tomé otra cena, resuelto a ahorrar cuantas provisiones pudiese. Pasé la noche al abrigo de una roca, acostado sobre un poco de brezo, y dormí bastante bien.
Al día siguiente navegué a otra isla, y luego a una tercera y una cuarta, unas veces con la vela y otras con los remos. Pero, a fin de no molestar al lector con una relación detallada de mis desventuras, diré sólo que al quinto día llegué a la última isla que se me ofrecía a la vista, y que estaba situada al Sursudeste de la anterior. Estaba esta isla a mayor distancia de la que yo calculaba, y no llegué a ella en menos de cinco horas. La rodeé casi del todo, hasta que encontré un sitio conveniente para tomar tierra, y que era una pequeña caleta como de tres veces la anchura de mi canoa. Encontré que la isla era toda peñascosa, con sólo pequeñas manchas de césped y hierbas odoríferas. Saqué mis exiguas provisiones, y, luego de haberme reconfortado, guardé el resto en una cueva, de las que había en gran número. Cogí muchos huevos por las rocas y reuní una cierta cantidad de algas secas y hierba agostada, que me proponía prender al día siguiente para con ella asar los huevos como pudiera -pues llevaba conmigo pedernal, eslabón, mecha y espejo ustorio-.