Los viajes de Gulliver (Jonathan Swift) Libros Clásicos

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Lo cual, sin embargo, no quiero imponer, sino, simplemente, someterlo al juicioso lector.
     Aquellos a quienes el rey me había confiado, viendo lo mal vestido que me encontraba, encargaron a un sastre que fuese a la mañana siguiente para tomarme medida de un traje. Este operario hizo su oficio de modo muy diferente que los que se dedican al mismo tráfico en Europa. Tomó primero mi altura con un cuadrante, y luego, con compases y reglas, describió las dimensiones y contornos de todo mi cuerpo y lo trasladó todo al papel; y a los seis días me llevó el traje, muy mal hecho y completamente desatinado de forma, por haberle acontecido equivocar una cifra en el cálculo. Pero me sirvió de consuelo el observar que estos accidentes eran frecuentísimos y muy poco tenidos en cuenta.
     Durante mi reclusión por falta de ropa y por culpa de una indisposición, que me retuvo algunos días más, aumenté grandemente mi diccionario; y cuando volví a la corte ya pude entender muchas de las cosas que el rey habló y darle algún género de respuestas. Su Majestad había dado orden de que la isla se moviese al Nordeste y por el Este hasta el punto vertical sobre Lagado, metrópoli de todo el reino de abajo, asentado sobre tierra firme, Estaba la metrópoli a unas noventa leguas de distancia, y nuestro viaje duró cuatro días y medio. Yo no me daba cuenta lo más mínimo del movimiento progresivo de la isla en el aire. La segunda mañana, a eso de las once, el rey mismo en persona y la nobleza, los cortesanos y los funcionarios tomaron los instrumentos musicales de antemano dispuestos y tocaron durante tres horas sin interrupción, de tal modo, que quedé atolondrado con el ruido; y no pude imaginar a qué venía aquello hasta que me informó mi preceptor. Díjome que los habitantes de aquella isla tenían los oídos adaptados a oír la música de las esferas, que sonaban siempre en épocas determinadas, y la corte estaba preparada para tomar parte en el concierto, cada cual con el instrumento en que sobresalía.
     En nuestro viaje a Lagado, la capital, Su Majestad ordenó que la isla se detuviese sobre ciertos pueblos y ciudades, para recibir las peticiones de sus súbditos; y a este fin se echaron varios bramantes con pesos pequeños a la punta. En estos bramantes ensartaron las peticiones, que subieron rápidamente como los trozos de papel que ponen los escolares al extremo de las cuerdas de sus cometas.

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