Cartas desde mi molino (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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retirarme algunas veces, cuando necesitaba aire libre
y soledad.
-¿Qué hacía allí?
Lo que hago aquí; aun menos. Cuando me so-
plaban el mistral o la tramontana con excesiva vio-
lencia, situábame entre dos peñascos al borde del

C A R T A S D E M I M O L I N O

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agua, en medio de las goletas, de los mirlos, de las
golondrinas, y allí me estaba todo el día, en esa es-
pecie de estupor y delicioso anonadamiento que da
la contemplación del mar. ¿No es cierto que cono-
céis esa grata embriaguez del alma? No se piensa, ni
se sueña. 4fodo el ser se os escapa, vuela, se disipa.
Se es la gaviota que se zambulle, el polvo de espuma
que sobrenada al sol entre dos olas, el blanco humo
de aquel vapor-correo que se aleja, esa pequeña
barca coralera de rojo velamen, aquella perla de
agua, ese jirón de bruma, todo excepto uno mismo...
¡Oh, cuántas de esas bellas horas de semisueño y de
divagaciones pase en mi isla!...
Los días de viento fuerte, no pudiéndose estar a
orillas del agua, encerrábame en el patio del lazare-
to, un patio pequeño y melancólico, todo él embal-
samado por el romero y el ajenjo silvestres, y allí,
arrimado al lienzo de las vetustas paredes, dejábame
invadir por el vago olor de abandono y de tristeza
que flotaba con los rayos del sol entre los aposentos
de piedra, abiertos por todas partes como tumbas
antiguas. De vez en cuando oíase un portazo, un
salto ligero entre la hierba: era una cabra, que acudía
a rumiar al resguardo del viento. Al verme se paraba
absorta, y quedábase plantada ante mí, con aire vi-

A L F O N S O D A U D E T

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varacho, en alto los cuernos, mirándome con ojos
infantiles...
Hacia las cinco, el portavoz de los torreros me
llamaba para comer. Tomaba entonces un senderito
escarpado a pico entre los matorrales, suspenso en-
cima del mar, y me volvía lentamente al faro, giran-

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