Cartas desde mi molino (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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cabeza con su mantón de color de hoja seca; mulas
en traje de gala, guarnición de esparto azul y blanco,
madroños rojos, cascabeles de plata, conduciendo
una carreta de gentes de las masías que van a misa;
después, allá abajo, a través de la bruma, una barca
en la roubine y un pescador de pie, lanzando su espa-
ravel.
No hubo medio de leer en el camino aquel día.
Caía a torrentes la lluvia, y la tramontana la arrojaba
a cubos al rostro... Hice la caminata de un tirón, y
después de tres horas de andar, vi a la postre ante
mí los tres cipresitos en medio de los cuales se res-
guarda la comarca de Maillane por temor al viento.
Ni un gato en las calles de la aldea; todo el
mundo estaba en misa mayor. Cuando pasé por de-
lante de la iglesia, zumbaba el piporro, y vi relucir
los cirios a través de las vidrieras de colores.
La residencia del poeta está a lo último del, tér-
mino municipal; es la postrera casa a la izquierda, en
el camino de Saint-Reiny, una casita de un piso, con
un jardín delante... Entro quedito... ¡Nadie! La
puerta del salón está cerrada, pero oigo que detrás
de ella anda alguien y habla en voz alta... Conozco
muchísimo ese paso y esa voz... Me detengo un rato
en el corredorcito enlucido con cal, puesta la mano

C A R T A S D E M I M O L I N O

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en el pestillo de la puerta, muy emocionado. E 1 co-
razón me palpita.
Ahí está. Trabaja... ¿Debo esperar a. que -con-
cluya la estrofa? ¡A fe mía, tanto peor! Entremos.
¡Ah, parisienses! Cuando el poeta de Maillane
fue entré vosotros a enseñar a París su Mireya, y vis-
teis a ese Chactas con traje de ciudad, con cuello
recto, y sombrero alto, que le molestaba tanto como
su gloria, habéis e reído que ese era Mistral... No; no
era él. No hay nada más, que un Mistral en el mun-
do, el que sorprendí yo el domingo último en su lu-

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