Página 52 de 111
su hacha, que resuena al hundirse en los troncos.
Ruge la selva; uno a uno caen los viejos árboles
gigantescos y ruedan al fondo de los abismos, y
cuando baja Calendal, ya no queda ni un cedro en la
montaña...
Al fin y al cabo, en recompensa de tales haza-
ñas, el pescador de anchoas consigue el amor de
Estérelle, y es nombrado cónsul por los habitantes
de Cassis. He ahí la historia de Calendal. Pero; qué
importa Calendal? Lo que, ante todo, está vivo en el
poema, es la Provenza, la Provenza del mar, la Pro-
venza de la montaña, eón su historia, sus costum-
bres, sus leyendas, sus paisajes, todo un pueblo
candoroso y libre que ha encontrado su gran poeta
antes de morir...
Y ahora, ¡trazad caminos de hierro, plantad
postes de telégrafos, expulsad la lengua provenzal
de las escuelas!
C A R T A S D E M I M O L I N O
91
¡Provenza vivirá eternamente en Mireya y en
Calendal!
-¡ Basta de poesía! -dijo Mistral, cerrando su
cuaderno. -Hay que ir a ver la fiesta.
Salimos. Todo el pueblo estaba en las calles; un
ramalazo de cierzo había despejado el cielo, el cual
brillaba alegremente sobre las rojas techumbres,
mojadas por la lluvia. Llegamos a tiempo de ver de
regreso la procesión. Durante una hora fue aquello
un interminable desfile de penitentes con capirotes,
penitentes blancos, penitentes azules, penitentes gri-
ses, cofradías de muchachas con velo, estandartes
rojos con flores de oro, grandes santos de madera
desdorados y conducidos en cuatro hombros, san-
tas de loza coloridas como ídolos, con grandes ra-
mos en la mano, capas de coro, incensarios, doseles
de terciopelo verde, crucifijos rodeados de seda
blanca; todo esto ondulando al viento, entre la luz
de los cirios y la del sol, en medio de salmos, de le-
tanías y de las campanas, que tocaban a rebato.
Concluida la procesión y vueltos á poner los
santos en sus capillas, fuimos a ver los toros, des-
pués los juegos en la era, las luchas de hombres, los