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guiéndome con el abuelo.
En el mismo momento se oyeron golpes en la puerta de
la casa. La Gerard salió a abrir y se encontró con el señor de
Mausabré y dos hombres vestidos de negro.
El viejo pasó delante de ella como si no advirtiese su
presencia y entró en el salón gritando:
-Aquí le he dejado y debe de estar aun, Clara se levantó y
dijo recobrando todo su aplomo.
-¿A quién busca usted, caballero?
-Al ciudadano Dalassene -respondió Mausabré regis-
trando con los ojos alrededor de ella.
H A C I A E L A B I S M O
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-No está ya aquí; nos dejó casi en seguida que usted.
Uno de los hombres negros tomó la palabra:
-¿Sabe usted dónde está, señorita?
-Supongo que se habrá ido a su posada. Nos ha anun-
ciado que no se iría hasta mañana.
-¿Cuál es esa posada?
-No nos lo ha dicho; no ha tenido tiempo. Ha tenido
que retirarse, por orden de mi hermana, en cuanto se quedó
solo con nosotras.
Clara mentía, pero su mentira se inspiraba en la necesi-
dad de engañar a la policía y dejar a los fugitivos adelantarse,
antes de que corrieran detrás de ellos. Por lo demás, esa
mentira no fue sospechada, tan bien fingió la joven la since-
ridad con su mirada y con su acento.
-Siento haber molestado a ustedes para nada, señores
-dijo a sus compañeros Mausabré, cuya cara denunciaba un
gran despecho. Hemos llegado tarde; es un asunto fracasado.
-Todavía no -dijo el hombre negro. -Puesto que ese
maldito convencional no ha salido de Turín, le encontrare-
mos.
Y salió con su compañero después de haber saludado a
Clara. Mausabré los acompañó hasta la escalera. Cuando vol-
vió dijo a Clara:
-Debo excusarme con los habitantes de esta casa por ha-
ber introducido en ella la policía. Ustedes me perdonarán
pensando que la captura de ese miserable hubiera prestado
un servicio a los hombres de bien y a él mismo. Pero no veo
a la señora de Entremont. ¿No podría expresarle mi pesar?