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De pronto, como ramillete de estrellas, una melodía clara desgranábase suavemente en el cielo, y en el alminar de la mezquita próxima aparecía un gallardo almuédano, perfilando su sombra blanca en el intenso azul de la noche y cantando las glorias de Alá, con voz maravillosa, que llenaba el horizonte.
Baya dejaba al punto la guitarra, y con sus ojazos vueltos hacia el almuédano, parecía beber la oración con delicia. Mientras duraba el canto, permanecía allí, trémula, extasiada, como una Santa Teresa de Oriente... Tartarín, conmovido, la veía orar, y pensaba para sí que debía de ser muy bella y grande aquella religión que causaba semejantes embriagueces de fe.
¡Tarascón, tápate la cara! Tu Tartarín pensaba en hacerse renegado.
XII. NOS ESCRIBEN DE TARASCÓN
Una hermosa tarde, de cielo azul y brisa tibia, Sidi Tart´ri, a horcajadas en su mula, volvía solito de su huerta... Muy despatarrado, a causa de los anchos zurrones de esparto, henchidos de cidras y sandias, arrullado por el rumor de sus altas estriberas y marcando con todo el cuerpo el balán-balán de la cabalgadura, el hombre, en medio de un paisaje adorable, con las manos cruzadas sobre el vientre, iba casi amodorrado por el bienestar y el calor.
De pronto, al entrar en la ciudad, una llamada formidable lo despertó:
-¡Eh! ¡Qué sorpresa! ¡Juraría que es el señor Tartarín!
Al escuchar el nombre de Tartarín, al oír aquel acento meridional tan alegre, el tarasconés levantó la cabeza, y a dos pasos vio el noble rostro atezado del señor Barbassou, el capitán del Zuavo, que tomaba un ajenjo y fumaba su pipa a la puerta de un cafetín.
-¡Hola, Barbassou! -dijo Tartarín, parando la mula.
En lugar de responderle, Barbassou le miró un momento, abriendo mucho los ojos, y luego se echó a reír; pero de tal manera, que Sidi Tart´ri quedó aturdido.
-¡Qué turbante, pobre señor Tartarín! ¿De modo que es verdad lo que dicen, que se ha hecho teur?... ¿Y esa chiquilla, Baya, sigue cantando "Marco la Bella"?
-¡"Marco la Bella"! -dijo Tartarín indignado-. Sepa, capitán, que la persona de que habla usted es una mora honrada que no sabe ni una palabra de francés.
-¿Que Baya no sabe francés?... Pero ¿de dónde se ha caído usted?...
Y el bravo capitán se echó a reír con más fuerza.