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Con el propósito de que esa posteridad pueda conservar también algún recuerdo de sus desventuras sin igual y de la pasmosa fuerza con que esa alma verdaderamente romana supo combatirlas, me determiné a escribir lo que he sabido sobre el hecho que la llevó a la muerte y lo que vi el día de su gloriosa tragedia.
Las personas que me han dado los siguientes in-formes podían, por su situación, estar enteradas de las circunstancias más secretas, circunstancias ignoradas en Roma incluso hoy mismo, aunque desde hace seis semanas no se habla de otra cosa que del proceso de los Cenci. Como estoy seguro de poder depositar mi comentario en archivos respetables, de los que seguro, no saldrá antes de mi muerte, escribiré con cierta libertad. Mi único pesar es tener que hablar, peto así lo exige la verdad, contra la inocencia de esa pobre Beatriz Cenci, adorada y respetada por todos los que la conocieron, tan adorada y respetada como odiado y execrado era su horrible padre.
Este hombre, que, no se puede negar, había recibido del cielo una sagacidad y una gallardía pasmosas, fue hijo de monseñor Cenci, el cual en el reinado de Pío V (Ghislieri) llegó al cargo de tesorero (ministro de Hacienda). Aquel santo papa, muy absorbido, como se sabe, por su justo odio a la herejía y por el restablecimiento de su admirable inquisición, desdeñó la administración temporal de su Estado, y así aquel monseñor Cenci, que fue tesorero durante vario:; años antes de 1572, se las arregló para dejar al hombre horrible yac fue su hijo y padre de Beatriz una renta neta de ciento sesenta mil piastras (aproximadamente, dos millones quinientos mil francos de 1837)9.
Francisco Cenci, además de esta gran fortuna, tenía una fama de valor y de prudencia a la que no pudo llegar, en su joven edad, ningún otro romano; y esta fama le daba tanto más prestigio en la corte del hipa y entre todo el pueblo, cuanto que los hechos criminales que se le atribuían eran de esos que
9 Quinientos cincuenta mil francos de renta hacia 1580.