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La signora Lucrecia, en su calidad de viuda llevaba un velo negro y unas chinelas de terciopelo negro sin tacones, como mandaba la costumbre.
El velo de la muchacha era de tafetán azul, como su vestido; llevaba además un velo de brocado de plaza cobre los hombros, una falda de paño morado y escarpines de terciopelo blanco, elegantemente unidos y sujetos con un carmesí. Tenía una gracia singular caminando con este atuendo y medida que la gente la veía avanzar despacio en las últimas filas de la procesión, brotaban las lágrimas en todos los ojos.
Las dos mujeres, tenían las manos libres, pero lo, brazos arados al cuerpo, de tal manera que podían llevar un crucifijo, lo tenían muy cerca de los ojos Las mangas de sus vestidos eran muy amplias, así que se le veían los brazos, cubierto, con una camisa atada en las mujeres, como es costumbre en este país.
La signora Lucrecia, menos firme de alma, lloraba casi sin interrupción ; en cambio; la joven Beatriz demostraba gran valor, y dirigiendo los ojos a cada una de las iglesias ante las que pasabala procesión, se arrodillaba un momento y decía con voz firme: Adoramus te Christe!
Mientras tanto, el pobre Santiago Cenci, atenazado en su carreta, mostraba mucha firmeza.
A duras penes pudo la procesión atravesar la parte de abajo de la plaza del puente Saint’Angelo, tan grande era el número de carrozas y la multitud del pueblo. Inmediatamente condujeron alas mujeres a la capilla preparada al efecto, y luego llevaron a la misma a Santiago Cenci.
El joven Bernardo, cubierto con su manto galonado, fue conducido directamente al patíbulo; entonces todos creyeron que iban a darle muerte y que no había sido indultado. El pobre niño tuvo un miedo tan grande, que cayó desmayado al segundo paso que dio en el patíbulo. Le hicieron volver en sí con agua fresca y le sentaron frente a la mannaja.
El verdugo fue a buscar a la signora Lucrecia Petroni; tenía las manos atada a la espalda y ya no llevaba el velo sobre los hombros.