Página 2 de 176
La víspera, 9 de marzo, había tenido lugar en la Convención una de las sesiones más borrascosas: todos los oficiales habían recibido la orden de incorporarse a sus regimientos a la misma hora; y Danton, subiendo a la tribuna, había exclamado: «¿Decís que faltan soldados? Ofrezcamos a París una ocasión de salvar a Francia, pidámosle treinta mil hombres, enviémoslos a Dumouriez, y no sólo Francia estará salvada, sino Bélgica asegurada y Holanda conquistada. »
La proposición había sido acogida con gritos de entusiasmo. En todas las secciones se habían establecido oficinas de alistamiento. Los espectáculos se habían cerrado para impedir cualquier distracción y la bandera negra había sido izada en la alcaldía en señal de alarma.
Antes de medianoche se habían inscrito treinta y cinco mil hombres; pero al inscribirse, igual que en las jornadas de septiembre, los voluntarios habían pedido que, antes de su partida, se castigara a los traidores.
Los traidores eran los contrarrevolucionarios, los conspiradores que amenazaban desde dentro a la Revolución amenazada desde fuera. Pero la palabra tomaba toda la amplitud que querían darle los partidos extremistas. Los traidores eran los más débiles. Y los montañeses1 decidieron que los traidores serían los girondinos.
Al día siguiente -10 de marzo- todos los diputados montañeses asistían a la sesión. El alcalde se presenta con el acuerdo del ayuntamiento confirmando las medidas de los comisarios de la Convención y repite el deseo, manifestado
Miembros del partido de la Montaña, llamado así por ocupar los escaños más elevados del Juego de Pelota. (Nota del traductor.)
unánimemente la víspera, de un tribunal extraordinario encargado de juzgar a los traidores.
Enseguida se exige a gritos un acuerdo del comité. Este se reúne y, diez minutos después, Robert Lindet anuncia que se nombrará un tribunal compuesto por nueve jueces y dividido en dos secciones, encargado de perseguir a quienes traten de confundir al pueblo. Los girondinos comprenden que esto significa su arresto. Se levantan en masa.
-¡Antes morir que consentir el establecimiento de esta inquisición veneciana! -gritan.
En respuesta, los montañeses piden que se vote a mano alzada.
Se vota y, contra todo pronóstico, la mayoría declara: 1.º que habrá jurados; 2.º que el número de estos jurados será igual al de departamentos; 3.º que serán nombrados por la Convención.
En cuanto se admitieron estas tres proposiciones, se escuchó un enorme griterío.