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-Eso es razonable en cuanto a las apariencias y yo lo hubiera podido creer si no la hubiera visto, si no me hubiera hablado; pero su belleza y su lenguaje son de una mujer distinguida; ahora bien, es precisamente esta distinción, en contradicción con su ropa y su miserable barrio, lo que me prueba que su salida a esta hora oculta algún misterio. Se calla... no hablemos de ello. ¿Estamos aún lejos de su casa, señora?
En ese momento llegaban a la calle des Fossés-Saint-Victor.
-¿Ve ese pequeño edificio negro? -dijo la desconocida, señalando con la mano a una casa situada al otro lado del Jardín des Plantes-. Cuando estemos allí, usted se separará de mí.
Maurice le dijo que él estaba allí para obedecerla y ella le preguntó si estaba enojado. El joven contestó que no y añadió que, por otra parte, eso carecía de importancia para ella.
-Me importa mucho, porque todavía tengo que pedirle un favor.
-¿Cuál?
-Un adiós afectuoso y franco... un adiós de amigo.
-¡Un adiós de amigo! Usted me hace un gran honor, señora. Un amigo tan singular que ignora el nombre de su amiga, la cual le oculta su domicilio por temor, sin duda, a tener la desgracia de volverlo a ver.
La joven bajó la cabeza y no respondió.
-Por último, señora, si he sorprendido algún secreto, no me odie, lo habré hecho sin querer.
La desconocida anunció que ya habían llegado a su destino. Estaban frente a la vieja calle Saint-Jacques y a Maurice le parecía imposible que viviera allí. Se despidieron y Maurice hizo un frío saludo, retrocediendo dos pasos. Ella le pidió su mano y el joven se aproximó tendiéndosela. Entonces notó que la mujer le deslizaba un anillo en el dedo. Ante las protestas del joven ella le aseguró que sólo pretendía recompensar el secreto que se veía obligada a guardar con él. Pero Maurice, exaltado, le dijo que la única compensación que necesitaba era volverla a ver, aunque sólo fuera una vez, una hora, un minuto, un segundo.
-Jamás -respondió la desconocida como un doloroso eco.
Una vez más, Maurice le reprochó que se burlara de él. La mujer suspiró y le pidió que jurara mantener los ojos cerrados durante un minuto, en ese caso ella le daría una prueba de reconocimiento. Así lo hizo Maurice, pero antes pidió: