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No temeré tampoco que un día de alboroto, los tenderos de Dordrecht y los marineros del puerto vengan a arrancar mis cebollas para alimentar a sus fa milias, como me han amenazado por lo bajo a veces, cuando recuerdan que he comprado una cebolla a dos o trescientos florines. Esto está resuelto, daré pues a los pobres los cien mil florines del premio de Haarlem.
»Aunque... »
Y a este «aunque», Cornelius van Baerle hizo una pausa y suspiró.
«Aunque -continuó pensando- hubiera sido realmente un hermoso destino el de los cien mil florines aplicados al engrandecimiento de mi parterre o incluso a un viaje al Oriente, patria de bellas flores.
»Mas, ¡por desgracia!, no hay que pensar en todo eso; ¡mosquetes, banderas, tambores y proclamaciones, es lo que domina la situación en este momento!»
Van Baerle levantó los ojos al cielo y lanzó otro suspiro.
Luego, volviendo la mirada hacia sus cebollas, que en su espíritu pasaban muy por delante de aquellos mosquetes, de aquellas banderas, de aquellos tambores y de aquellas proclamaciones, cosas todas ellas propias solamente para turbar el espíritu de un hombre honrado, se dijo:
«He aquí, mientras tanto, unos bulbos bien bonitos. ¡Qué lisos son, qué bien hechos están, cómo tienen ese aire melancólico que promete el negro de ébano a mi tulipán! Sobre su piel, los nervios de circulación ni siquiera aparecen a simple vista. ¡Oh! Evidentemente, ni una mancha estropeará la ropa de luto de la flor que me deberá su existencia.
»¿Cómo se llamará esta hija de mis desvelos, de mi trabajo, de mi pensamiento? Tulipa nigra Barloensis.
»Sí, Barloensis; bonito nombre. Toda la Europa tulipanera, es decir, toda la Europa inteligente se estremecerá cuando este rumor corra como el viento por los cuatro puntos cardinales del globo.
»¡Ha sido hallado el gran tulipán negro! ¿Su nombre, preguntarán los aficionados? Tulipa nigra Barloensis. ¿Por qué Barloensis? A causa de su inventor Van Baerle, se responderá. ¿Quién es ese Van Baerle? El que ha hallado cinco especies nuevas: la Jeanne, la Jean de Witt, la Corneille, etcétera. Pues bien, ésta es mi ambición. No costará nunca lágrimas a nadie. Y se hablará todavíá de la Tulipa nigra Barloensis cuando tal vez mi padrino, ese sublime político, no sea ya conocido más que por el tulipán al que le di su nombre.»
¡Los admirables bulbos.