La Dama de las Camelias (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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La primera vez que la vi fue en la plaza de la Bourse, a la puerta de Susse. Una calesa descubierta se paró allí, y de ella bajó una mujer vestida de blanco. Un murmullo de admiración acogió su entrada en la tienda. De mí sé decir que me quedé clavado en el sitio desde que entró hasta que salió. A través de los cristales la miraba escoger en la boutique lo que había ido a comprar. Hubiera podido entrar, pero no me atreví. No sabía quién era aquella mujer y temí que adivinara el motivo de mi entrada en la tienda y se ofendiera. Sin embargo, no me creí lla mado a volver a verla.
Iba elegantemente vestida; llevaba un vestido de muselina rodeado de volantes, un chal de la India cuadrado con los ángulos bordados de oro y flores de seda, un sombrero de paja de Italia y una sola pulsera: una gruesa cadena de oro que empezaba a ponerse de moda por aquella época.
Volvió a subir a la calesa y se fue.
Uno de los dependientes de la tienda se quedó a la puerta, siguiendo con los ojos el coche de la elegante compradora. Me acerqué a él y le rogué que me dijera el nombre de aquella mujer.
––Es la señorita Marguerite Gautier ––me respondió.
No me atreví a preguntarle la dirección y me alejé.
El recuerdo de aquella visión, pues fue una verdadera visión, se me quedó grabado en la mente como muchos otros que ya había tenido, y empecé a buscar por todas partes a aquella mujer blanca tan soberanamente bella.
Pocos días después tuvo lugar una gran representación en la ópera Cómica. Fui a ella. La primera persona que vi en un palco proscenio del anfiteatro fue a Marguerite Gautier.
El joven con quien yo estaba también la conoció, pues me dijo nombrándola:
––Fíjese qué chica más bonita.
En aquel momento Marguerite dirigía sus gemelos hacia nosotros; vio a mi amigo, le sonrió y le hizo una seña para que fuera a visitarla.
––Voy a saludarla ––me dijo––, y vuelvo dentro de un mo mento.
No pude dejar de decirle:
––¡Qué suerte tiene usted!
––¿Por qué?
––Por ir a ver a esa mujer.
––¿Está usted enamorado de ella?
––No ––dije, enrojeciendo, pues realmente no sabía a qué atenerme al respecto––, pero sí que me gustaría conocerla.

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