La Dama de las Camelias (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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––Pero entonces va a aburrirse horriblemente ––dijo Gaston. ––Solemos pasar juntas casi todas las veladas, o, si no, cuando vuelve, me llama. Nunca se acuesta antes
de las dos de la mañana. No puede dormirse más pronto.
––¿Por qué?
––Porque está enferma del pecho y casi siempre tiene fiebre.
––¿No tiene amantes? ––pregunté.
––Nunca veo que nadie se quede cuando yo me voy; pero no puedo asegurar que no venga nadie cuando

ya me he ido; con frecuencia me encuentro por la noche en su casa con un tal conde de N..., que cree ganar terreno en sus lances visitándola a las once y enviándole todas las joyas que quiera; pero ella no puede verlo ni en pintura. Comete un error, pues es un muchacho muy rico. Por más que le digo de cuando en cuando: «¡Ese es el hombre que le conviene, hija mía!» , ella, que ordinariamente me hace bastante caso, me vuelve la espalda y me responde qué es tonto. Estoy de acuerdo en que es tonto, pero le proporcionaría una posición, mientras que el viejo duque puede morirse cualquier día. Los ancianos son egoístas; su familia le reprocha sin cesar su afecto por Marguerite: he ahí dos razones para que no le deje nada. Yo la sermoneo, pero ella responde que siempre habrá tiempo de tomar al conde a la muerte del duque. No resulta tan divertido ––continuó Prudence–– vivir como ella vive. Sé que a mí eso no me iría y que bien pronto enviaría a paseo al buen señor. Es uñ viejo insípido; la llama hija, la cuida como a una niña, siempre anda detrás de ella. Estoy segura de que a estas horas uno de sus criados ronda la calle para ver quién sale, y sobre todo quién entra.
––¡Ah, pobre Marguerite! ––dijo Gaston, poniéndose al piano y tocando un vals ––. Yo no sabía eso. Y
sin embargo ya hacía algún tiempo que me parecía menos alegre. ––¡Chist! ––dijo Prudence aguzando el oído. Gaston dejó de tocar. ––Creo que me llama. Escuchamos. En efecto, una voz llamaba a Prudence. ––Hala, caballeros, váyanse ––nos dijo la señora Duvernoy. ––¡Ahl ––dijo Gaston riendo––, ¿es así como entiende usted la hospitalidad? Nos iremos cuando nos
parezca bien. ––¿Por qué tenemos que irnos? ––Voy a ver a Marguerite. ––Esperaremos aquí. ––Eso no puede ser. ––Entonces iremos con usted. ––Menos aún.

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