Página 19 de 83
Todo esto lo soportaría; mas despertar de madrugada a las jóvenes, ¿quién lo sufrirá sino el que no ame a ninguna?
¡Cuántas veces he deseado que la noche no desapareciese a tu fulgor, y que las estrellas fugitivas no se ocultaran en tu presencia! ¡Cuántas veces deseé que el viento destrozase tu carro, o que cayera uno de sus corceles envuelto en espesa nube! ¡Cruel!, ¿adónde corres? Si tuviste un hijo de piel atezada, debía su obscuro color al corazón de su madre. ¡Como si en otro tiempo no te hubieses abrasado de amor por Céfalo! ¿Ibas a creer que tu deshonra nos era desconocida? Yo quisiera que Titón pudiese hablar de tus pasos: entonces no habría mujer tan escandalosa en el cielo. Huyes de su tálamo porque la edad ha enfriado su sangre, y te lanzas de mañana sobre el carro, que abomina su vejez; mas si oprimieses en tus brazos a otro Céfalo, te oiríamos gritar. «¡Corred lentamente, caballos de la noche!» Porque los años inutilizan a tu esposo, ¿ha de ser castigado mi amor? ¿Acaso intervine yo en que te casaras con un viejo? Observa cuántas horas de sueño concede la luna a su gentil amante, y su hermosura no cede en nada a la tuya. El mismo padre de los dioses no quiso verte con tanta frecuencia, y continuó sus dichas reduciendo a una dos noches. Ya había puesto fin a mis querellas, y como si me hubiese oído, enrojeció su frente; el sol, sin embargo, no resplandeció más tarde que de costumbre.
XIV
Le decía a menudo: «Desiste de teñir tus cabellos: ya no te queda uno solo que puedas cambiar de color.» Si así lo hubieras hecho, ¿qué habría más hermoso que los mismos cayendo ondulantes hasta tus rodillas? Temías peinártelos, porque eran tan finos como los tenues tejidos con que se cubren los Seres atezados, o como el hilo que con ligero pie extiende la araña al urdir su trama sutil en la viga abandonada. En verdad, no eran negros, ni tampoco rubios de oro, sino una mezcla feliz de uno y otro color.