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Yo tenía en mis manos los nublados, y a Jove con sus rayos, que vibraba impetuoso en defensa del cielo; mí amiga me cerró la puerta, y olvidé a Júpiter y sus rayos; sí, el mismo Júpiter se borró de mi mente.
Perdona, padre de los dioses: tus rayos no me servían de provecho, una puerta cerrada me infundía más pavor. Volví a las caricias y ligeras elegías, armas que me pertenecen, y mis dulces frases quebrantaron la dureza de las puertas. Los cantos obligan a descender hasta nosotros la luna ensangrentada, y detienen en su carroza los blancos corceles del sol; los cantos arrancan a la serpiente su dardo venenoso, y fuerzan al río a retroceder hasta su fuente; las puertas se han rendido a mis cantos, y mis cantos corrieron los cerrojos en los postes de dura encina. ¿Qué me hubiese aprovechado ensalzar al veloz Aquiles? ¿Qué habrían hecho en mi favor los dos Atridas y el héroe que vagó errante por el marlos diez años que perdió en la guerra, y el desdichado Héctor, a quien arrastraron los corceles del príncipe de Hemonia? Mas desde que alabé el rostro hermoso de una tierna joven, ella misma viene a recompensar al vate por sus canciones. Gran premio han merecido. Nombres ilustres de los héroes, pasadlo bien. Vuestro favor no me conviene. Muchachas hermosas, oíd con faz sonriente los versos que me dicta el Amor, de rosadas mejillas.
II
¡Oh Bagoa!, a quien confiaron la guarda de mi dueño, escúchame; tengo que decirte unas pocas y muy importantes palabras. Ayer la vi que paseaba por el pórtico de las hijas de Dánao; me declaré su cautivo, y en seguida la envié por escrito mi súplica, y me contestó con mano temblorosa: «No es posible.» ¿Y por qué no puedes? Replicó sin demora a mi pregunta que tu vigilancia le era excesivamente molesta. ¡Oh, guardiana!, si tienes prudencia, créeme, cesa de merecer el odio. Todos desean la ruina del sujeto a quien temen. El marido es también un insensato; ¿a qué tantas prevenciones por defender lo que se conserva sin necesidad de vigilantes? Entréguese furioso, como quiera, a los arrebatos de la pasión, y juzgue casta a su esposa, que agrada a cuantos la ven; mas tú en secreto concédele algún rato de libertad, ella te pagará con creces lo que le dieres; trabaja por convertirte en su confidenta, y la señora quedará sometida a la sierva.