Los amores (Ovidio) Libros Clásicos

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Tierra fértil en espigas, y aun más fértil en racimos, amén de producir alguno de sus campos la oliva consagrada a Palas. Los arroyos que serpentean entre el musgo renaciente extienden una verde alfombra sobre la húmeda tierra; pero mi amor está ausente de aquí; dije mal, está lejos la que me lo inspira, pues siempre lo llevo conmigo. Si me honraran colocándome entre Cástor y Pólux, lejos de ella, no quisiera habitar el cielo. Sufran una muerte angustiosa y siéntanse oprimidos por la pesadez de la tierra los que emprendan largos viajes para recorrer el mundo, y ordenen que si los jóvenes han de vagar en interminables caminatas, las lindas muchachas vayan en su compañía. Entonces, aunque estremecido de frío escalase los ventisqueros de los Alpes, me parecería delicioso el viaje yendo con mi amada; con ella osaría atravesar las Sirtes de Libia y desplegar las velas al Noto enemigo; no me asustarían los perros portentosos que ladran en las caderas de la virginal Escila, ni los pérfidos golfos de la costa de Malea, ni las olas que vomita y sorbe por la boca Caribdis, hinchada con las naves que devora. Mas si los vientos desencadenados vencen a Neptuno, y la onda arrebata a los dioses que habían de socorrernos, cuélgate de mis hombros con esos brazos de nieve, y soportaré sin fatiga tan dulce carga. Cien veces el joven Leandro, por ver a su Hero, atravesó las olas a nado, y lo consiguiera la última vez a no ocultarle el camino las obscuridad. Mas sin llevarte a mi lado, aunque esparza la vista por las tierras cubiertas de viñedos y los campos que riegan corrientes caudalosas, y vea al labrador que dirige por la acequia las ondas sumisas, y como el aura suave balancea las ramas de los árboles, no creeré encontrarme en el sano país de los Pelignos, ni pisar en el pueblo natal los campos de mi padre, sino más bien en la Escitia, entre los fieros Cilitios y los Bretones de verdosa tez, o en los peñascos enrojecidos por la sangre de Prometeo. El olmo ama la vid, la vid no abandona al olmo; ¿por qué yo me veo con tal frecuencia separado de mi prenda? ¡Ah, tú jurabas ser siempre mi fiel compañera por mi dicha y por tus ojos, estrellas que guían mis plantas.

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