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cada individuo, no hallando bueno otro plan de gobierno sino el que
conduce á su interés particular, comprende con dificultad las ventajas que
debe sacar de las continuas privaciones, que las buenas leyes imponen.
Paraque un pueblo que se forma pudiese querer las sanas máximas de la
política y seguir las reglas fundamentales de la razon de estado, seria
menester que el efecto se convirtiera en causa; que el espíritu social,
que debe ser la obra de la institucion, presidiera á la institucion misma;
y que los hombres fuesen antes de las leyes lo que han de llegar á ser por
medio de ellas. Asi pues, no pudiendo el legislador emplear ni la fuerza
ni la razon, es indispensable que recurra á una autoridad de un orden
diferente, que pueda arrastrar sin violencia y persuadir sin convencer.
Esto es lo que obligó en todos tiempos á los padres de las naciones á
recurrir á la intervencion del cielo y á honrar á los dioses con su propia
sabiduría, á fin de que los pueblos, sometidos á las leyes del estado como
á las de la naturaleza y reconociendo la misma poderosa mano en la
formacion del hombre que en la del estado, obedeciesen con libertad y
llevasen docilmente el yugo de la felicidad pública. [56]
Esta razon súblime, que se eleva sobre el alcance de los hombres
vulgares, es aquella cuyas decisiones pone el legislador en boca de los
inmortales para arrastrar por medio de la autoridad divina á los que no
podria conmover la prudencia humana (14). Pero no todos los hombres pueden
hacer hablar á los dioses ni ser creidos, cuando se declaran sus
intérpretes. El alma grande del legislador es el verdadero milagro, que
debe justificar su mision. Á cualquier hombre le es dado gravar tablas de
piedra, ó sobornar algun oráculo, ó fingir un comercio secreto con alguna
divinidad, ó erigir una ave para hablarle al oido, ó encontrar otros
medios groseros para engañar al pueblo.