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de que sólo la naturaleza lo ejecuta todo en las operaciones del animal,
mientras que el hombre atiende las suyas en calidad de agente libre. Aquél
escoge o rechaza por instinto; éste, por un acto de libertad; lo que da
por resultado que el animal no puede apartarse de la regla que le ha sido
prescrita, aun en el caso de que fuese ventajoso para él hacerlo, mientras
que el hombre se aparta con frecuencia y en su perjuicio. Así sucede que
un pichón perecerá de hambre cerca de una fuente colinada de las mejores
carnes y un gato sobre montones de frutas o de granos, aunque uno y otro
podrían muy bien nutrirse con los alimentos que desdeñan, de intentar
ensayarlo; así ocurre que los hombres disolutos se entregan a excesos que
les producen la fiebre o la muerte porque el espíritu corrompe los
sentidos y la voluntad habla cuando calla la naturaleza.
Todos los animales tienen ideas, puesto que tienen sentidos, y aun
combinan sus ideas hasta cierto punto; el hombre no se distingue a este
respecto del animal más que del más al menos; incluso ciertos filósofos
han aventurado que hay algunas veces más diferencia entre dos hombres que
entre un hombre y una bestia. No es, pues, tanto el entendimiento como su
cualidad de agente libre lo que constituyó la distinción específica del
hombre entre los animales. La naturaleza manda a todos los animales, y la
bestia obedece. El hombre experimenta la misma sensación, pero se reconoce
libre de someterse o de resistir, y es sobre todo en la conciencia de esta
libertad donde se manifiesta la espiritualidad de su alma. La física
explica en cierto modo el mecanismo de los sentidos y la formación de las
ideas; pero en la facultad de querer o, mejor, de elegir, y en el
sentimiento de este poder, sólo se encuentran actos puramente
espirituales, de los cuales nada se explica por las leyes de la mecánica.