Sueños de un paseante solitario (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

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Finalmente, tras haber pasado detalladamente revista a varias plantas más que aún veía en flor y cuyo aspecto y enumeración, que me era familiar, siempre me proporcionaban, no obstante, deleite, fui dejando poco a poco estas menudas observaciones para entregarme a la impresión no menos agradable sino más sentida que me producía el conjunto de todo aquello. La vendimia había acabado hacía unos días; los paseantes de la ciudad ya se habían retirado; también los campesinos iban abandonando los campos hasta los trabajos de invierno. Verde y risueño todavía, aunque deshojado en parte y ya casi desierto, el campo ofrecía por doquier la imagen de la soledad y de la proximidad del invierno. De su aspecto resultaba una mezcla de
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impresión dulce y triste, demasiado análoga a mi edad y a mi suerte como para no aplicármela. Me veía en el declinar de una vida inocente e infortunada, con el alma llena aún de vivos sentimientos y el espíritu adornado todavía con algunas flores, aunque ya marchitas por la tristeza y secas por las penas. Solo y cansado, sentía llegar el frío de los primeros hielos, y mi imaginación agotada no poblaba ya mi soledad con los eres conformados según mi corazón. Suspirando me decía: ¿qué he hecho aquí abajo? Estaba hecho para vivir y muero sin haber vivido. Al menos no ha sido culpa mía, y al autor de mi ser le llevaré, si no la ofrenda de las buenas obras que no me han dejado hacer, por o menos un tributo de buenas intenciones frustradas, de sentimientos sanos, pero faltos de efecto y de una paciencia a prueba de los desprecios de los hombres. Me enternecía con estas reflexiones, recapitulaba los movimientos de mi alma desde mi juventud, en mi edad madura, después de que secuestraran de la sociedad de los hombres, durante el largo retiro en el que debo acabar mis día. Volvía con complacencia a todos los afectos de mi corazón, a sus apegos, tan tiernos y tan ciegos, a las ideas menos tristes que consoladoras de que se había nutrido mi esperanza . desde hacía algunos años, y me preparaba para evocarlos lo bastante como para describirlos con un placer casi igual al que había obtenido entregándome a ellos. La tarde se me pasó en estas apacibles meditaciones y ya volvía contentísimo por la jornada cuando, en lo más alto de mi ensoñación, fui sacado de ella por la ocurrencia que me queda por contar.

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