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¿Acaso es tiempo de aprender, en el momento en que hay que morir, cómo se hubiera debido vivir?
¡Ah! ¿De qué me sirven luces tan tarde y tan dolorosamente adquiridas sobre mi destino y sobre las pasiones ajenas de las que aquél es obra? No he aprendido a conocer mejor a los hombres sino para mejor sentir la miseria en que me han sumido, sin que este conocimiento, al descubrirme todas sus trampas, me haya podido evitar ninguna. ¡Pues no me he mantenido esta imbécil aunque dulce confianza que durante tantos años me convirtió en la presa y en el juguete de mis ruidosos amigos sin que, envuelto en todas sus tramas, hubiera tenido siquiera la menor sospecha! Era su incauto y víctima, cierto es, pero me creía amado por ellos y mi corazón gustaba de la amistad que me habían inspirado, atribuyéndoles otro tanto para conmigo. Esas dulces ilusiones se han destruido. La triste verdad que el tiempo y la razón me han revelado haciéndome sentir mi infortunio me ha hecho ver que no tenía remedio y que sólo me quedaba resignarme. Así, todas las experiencias de mi edad carecen, en mi estado, de utilidad presente y de provecho para el futuro.
Entramos en liza en nuestro nacimiento y salimos de ella en la muerte. ¿De qué sirve aprender a conducir mejor nuestro carro cuando estamos al final de la carrera? Entonces ya sólo queda pensar en cómo salir de ella. El estudio de un viejo, si algo le queda aún por estudiar, es únicamente aprender a morir, y es precisamente el que menos se hace a mi edad: se piensa en todo, salvo en eso. Todos los viejos se aferran más a la vida que los niños y salen de ella de peor grado que los jóvenes. Pues que todos sus afanes fueron para esta misma vida, ven a su fin que han desperdiciado sus esfuerzos. Todos sus cuidados, todos sus bienes, todos los frutos de sus laboriosas vigilias, todo lo dejan cuando se van. No han pensado en adquirir durante su vida algo que pudieran llevarse a su muerte.
Todo esto me lo he dicho cuando era tiempo de decírmelo, y si no he sabido sacar mejor partido de mis reflexiones, no es por no haberlas hecho a tiempo ni por no haberlas digerido bien. Arrojado desde mi infancia al torbellino del mundo, aprendí tempranamente por la experiencia que no estaba hecho para vivir aquí y que jamás alcanzaría el estado cuya necesidad sentía mi corazón.