Discurso sobre economía política (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

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Préstese mucha atención a no razonar del mismo modo cuando se trate de la talla real y de aquellos derechos sobre mercancías que provocan el alza de sus precios, con lo que quienes los pagan en realidad no son los comerciantes sino los compradores. Y ello porque, por muy fuertes que sean dichos derechos, sin embargo son voluntarios, y el comerciante no los paga sino en proporción a las mercancías que compra, de modo que, como no compra más que en proporción a su débito, es él quien dicta la ley al particular. Pero, y el labrador que, venda o no, está obligado a pagar a plazo fijo por el terreno que cultiva, ¿no tiene derecho a esperar que se le ponga a su producto el precio que a él le plazca?, y, sin embargo, cuando no puede vender su producto para su sustento, tiene que venderlo para pagar la talla, de suerte que a veces es la enormidad de la imposición lo que mantiene el producto aprecio vil.
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Observad también que los productos del comercio y la industria, lejos de hacer la talla más soportable, por la abundancia de dinero, sólo la hacen más onerosa. No insistiré sobre algo bien evidente, a saber, que si la mayor o menor cantidad de dinero de un Estado puede concederle mayor o menor crédito en el exterior, en modo alguno cambia la fortuna real de los ciudadanos, ni procura en absoluto una vida cómoda. Pero haré estas dos importantes observaciones: en primer lugar que, a menos que el Estado disponga de productos superfluos y que la abundancia de dinero no provenga de su endeudamiento en el extranjero, las ciudades en las que hay comercio se sienten solas por tal abundancia y el campesino se hace relativamente más pobre. En segundo lugar que, cuando sube el precio de las cosas por la emisión del dinero, es preciso también que los impuestos suban proporcionalmente, de suerte que el labrador no resulte más gravado sin tener más recursos.
Cierto es que la talla sobre tierras es un verdadero impuesto sobre el producto, y sin embargo, todos aceptan que no hay nada tan peligroso como un impuesto sobre el trigo pagado por el comprador; ¿cómo no darse cuenta que el mal es cien veces peor cuando ese impuesto es pagado por el mismo cultivador? ¿No estamos ante un ataque contra la fuente de subsistencia del Estado? ¿No significa esto provocar directamente la despoblación del país y a la larga su propia ruina?: la peor escasez para una nación es la escasez de hombres.

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