El doncel de don Enrique (Mariano Jose de Larra) Libros Clásicos

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-¿Por qué? -repitió Macías-; esperad; sólo un medio entreveo: ¿consiente vuestra esposa en un divorcio ruidoso y...?
-Jamás consentirá. En balde la he querido reducir.
-En ese caso...
-Oídme. Cuento con vos.
-Disponed de mis pocas fuerzas, si el honor y...
-Oíd y dejad a un lado esas fórmulas de sentido, inútiles ya entre nosotros, para usarlas con el vulgo que se paga de ellas.
Encendiéronse las mejillas de Macías, y bien hubiera querido interrumpir a Villena para darle a conocer cuán lejos estaba de considerar el honor fórmula vana; pero el conde, que interpretó a su favor el rubor del mancebo, prosiguió sin darle lugar a hablar:
-Doncel, mañana al caer del día procuraré que doña María de Albornoz, mi respetable esposa, no interrumpa su costumbre diaria de pasear por el soto, camino de El Pardo; acompáñala por lo regular en este paseo diurno y solitario su camarera Elvira; cuando se haya separado largo trecho de sus demás criados, un caballero, convenientemente armado y ayudado de los brazos que creyese necesarios, arrebatará a la condesa de la compañía de Elvira. ¿Qué tenéis?
-Nada; proseguid -repuso Macías pudiendo contener apenas su indignación.
-Observaránse las precauciones necesarias para que ella y el mundo entero ignoren eternamente su robador y su destino. Guardados en tanto por mis gentes los pasos de los que pudieran venir de Calatrava a dar la noticia de la muerte del maestre, sabré ganar tiempo para que de ninguna manera coincida un acontecimiento con otro. Permitidme acabar: me resta designaros el osado y valiente caballero que, robando a la condesa, ha de dar el paso más difícil en tan importante empresa. Si una placa de comendador de la orden no es suficiente recompensa para su ambición, él será el verdadero maestre, y después de don Enrique de Villena nadie brillará más en la Corte en poder y en riqueza que el doncel de don Enrique el Doliente.
-¿El doncel de don Enrique el Doliente? -interrumpió el impetuoso mancebo levantándose y echando mano al puño de su espada-. ¿El doncel de don Enrique el Doliente habéis dicho, conde? ¡Santo cielo! Bien merece ese desdichado doncel el injurioso concepto que de él habéis indignamente formado, si tantos años de honor no han bastado a impedir que los hipócritas le cuenten en su número despreciable.

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