Reconquistar Plenty (Colin Greenland) Libros Clásicos

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Los gritos de los vendedores y el zumbido de los taxis flotaban en las ráfagas de viento y creaban ecos estridentes que se perdían sobre las sucias aguas. Un grupito de prostitutas palernianas con las cabelleras lanudas esculpidas por permanentes baratas fumaban sentadas sobre los peldaños que llevaban a la Arcada Malibú balanceando lentamente las piernas hacia atrás y hacia adelante. Cada embarcación que pasaba ante ellas era acogida con gritos y silbidos. La conductora de Tabitha empezó a quejarse de que las prostitutas le hacían la vida imposible y Tabitha se inclinó hacia adelante sintiendo el roce del agrietado plástico rojo del banco sobre su trasero.
-Tengo que hacer unas cuantas llamadas -dijo.
Metió la cabeza en la burbuja que protegía el teléfono, extrajo el conector de su terminal y lo metió en el aparato. La pantallita cubierta de arañazos la saludó con unas notas musicales y le mostró el logotipo de una compañía telefónica. Después llegó la inevitable retahíla de anuncios, un poco más larga de lo habitual debido a que estaban en época de carnavales. Tabitha clavó los ojos en el recuadro de la esquina inferior izquierda de la pantalla y contempló el alegre bailoteo de los números que iban royendo implacablemente su cuenta de crédito.
Había marcado el número de la Cinta de Moebius, pero las líneas estaban saturadas y sólo consiguió que el ordenador le respondiera pidiéndole que tuviera paciencia y que volviera a intentarlo. Marcó otro número y esperó.
Dejaron atrás una falúa cargada de azufre con una tripulación de niños. La falúa remolcaba una manta del desierto atada a una cuerda negra que parecía interminable. El animal temblaba y se convulsionaba en aquella atmósfera fría a la que no estaba acostumbrado, y sus alas parecían dos trozos de tela sucia.
Tabitha logró que le pusieran con el número que había pedido. Un rostro de piel aceitosa apareció en la pantalla y le sonrió en cuanto se hubo identificado.
-¿Has venido a ver el carnaval?
-No, Carlos... Asunto de negocios -replicó ella-. Carlos... ¿a qué precio están los cristales de eje?
-¿Qué tienes?
-Una Kobold.
-¿Todavía sigues con ese cacharro? El día menos pensado se desintegrará a tu alrededor.
-Sí, la pobre no para de repetírmelo -dijo Tabitha-. Venga, Carlos... Tengo prisa. ¿Cuánto?
Carlos se lo dijo. Tabitha soltó un taco.

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