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Alargó la mano y cogió a Tabitha del brazo. AI principio Tabitha se resistió, pero acabó dejando que le atrajera hacia él.
-Y ésta es mi hermana, la bellísima Argentina, y eso de ahí es Pete Paráclito, nuestro asombroso loro amaestrado. Esos dos... -Movió una mano señalando a los Gemelos-. Bueno, en realidad son la misma persona pero siguen direcciones temporales distintas y han hecho una paradita en el camino para saludarse el uno al otro, ¿comprendes? Oye, ¿por qué no compruebas tu conexión? Echa un vistazo a tu reloj y asegúrate de que llevas puesta la chaqueta y el sombrero. Inspecciona tus archivos..., en la A de Arte. De acuerdo, alegamos difracción -dijo Marco sin tragar aire ni una sola vez, y terminó la perorata extendiendo los brazos en un gesto melodramático.
La pantalla del robot se encendió y mostró un rostro. Era una policía de recepción, una mujer uniformada de gris con una terminal en la cabeza.
Los Gemelos Zodíaco se colocaron uno a cada lado del robot, cruzaron los brazos delante del pecho y clavaron los ojos en la pantalla observándola con expresiones de gran interés. El color era tan malo que la mujer parecía estar sufriendo una enfermedad del hígado en fase terminal. Los zigzags de la estática ondulaban lentamente a través de su rostro.
-¿Difracción? -preguntó la agente de policía-. Explique qué quiere decir con eso.
-Bueno, según las normas diplomáticas del tres del tres del año treinta y tres, un grupo itinerante de artistas de fama interplanetaria que no lleve encima documentos de identificación no puede ser retenido, detenido, oprimido o estreñido ad hoc, in lieu y quid pro quo a menos que se le ofrezca previamente el derecho a la difracción -recitó Marco. El robot no respondió. La mujer de la pantalla frunció el ceño como si no les estuviese viendo con mucha claridad. Dio unos golpecitos en su conexión auditiva y pasó la mano por delante del sensor.
El robot lanzó un chirrido estridente y sus antenas giraron hasta enfocar a Tabitha.
-Identifíquese -dijo.
Tabitha abrió la boca preguntándose qué se suponía que debía decir, pero no tuvo tiempo de hablar. El altavoz del robot emitió un chisporroteo ensordecedor y la imagen de la pantalla fue sustituida por un estallido de interferencias. Nadie dijo nada. El robot se sentó en el suelo. Los sensores y las armas desaparecieron en el interior de su pecho y la puertecita del panel se cerró con un golpe seco ocultándolas.